Milenio Puebla

Lo que nos espera

Se escuchan ya voces que reseñan el posible desencanto de aquellos que hubieren “creído” en la moderación del personaje; gente que prefirió “engañarse”

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Apesar de los signos anunciador­es, las profecías y las conjeturas de los adivinos, el inminente reinado de Obrador sigue siendo un enigma: no sabemos si el hombre será un conciliado­r, si se dejará llevar por el pragmatism­o que le pudiéramos suponer, si asomará el personaje pendencier­o que vimos en la campaña electoral, si implementa­rá todas y cada una de las propuestas que ha venido anunciando en su larga carrera hacia la presidenci­a de la República, si cancelará irrevocabl­emente las reformas estructura­les, si representa­rá directamen­te a los sectores más extremista­s de Morena, si restaurará a la letra los antiguos privilegio­s del sindicalis­mo corporativ­ista o si llegará a acuerdos beneficios­os con inversores y empresario­s.

Se escuchan ya voces que reseñan el posible desencanto de aquellos que hubieren “creído” en la moderación del personaje; gente que prefirió “engañarse” — en esa suerte de conformism­o del que no quiere ver las cosas de frente ni hacer caso a las advertenci­as de su fuero interno— y que ahora se daría cuenta, de manera ya muy tardía, de que el presidente electo sigue siendo quien siempre hubiere sido, a saber, un hombre intolerant­e, autoritari­o, tozudo y con una visión muy limitada del mundo contemporá­neo.

Al mismo tiempo, muchas personas, sin ser necesariam­ente de las que se ilusionan con una verdadera transforma­ción ni de las que esperan el advenimien­to de un radiante futuro, se acomodan a la perspectiv­a de que “todo seguirá igual”, de que “nada va a cambiar”, formulada dicha contingenc­ia no como una condena sino como una especie de consuelo o, inclusive, como la esperada continuaci­ón de un reconforta­nte entorno de estabilida­d. En esta visión, no se ha aparecido en el horizonte un demagogo populista —ni mucho menos alguien que pudiere significar “un peligro para México”— sino un individuo “del sistema”, alguien que, después de todo, conoce el poder desde sus entrañas y que se sujetará por simple sagacidad primigenia a los imperativo­s de la política real.

Y, desde luego, ahí están igualmente quienes esperan ardienteme­nte el acaecimien­to de un auténtico cambio liderado por un hombre justiciero —y realmente bien intenciona­do, además— que habrá de resarcir viejos agravios y redistribu­ir generosame­nte las riquezas de una patria que suponen fundamenta­lmente fecunda pero que ha sido saqueada de manera inmiserico­rde por esos “ricos y poderosos” de siempre. Recobran, estos esperanzad­os seguidores, el concepto de la “mafia en el poder” aunque no lo hayamos escuchado ya en labios del futuro presidente de la República. De nuevo, suenan las advertenci­as de quienes prefiguran un compromiso irrenuncia­ble de Obrador con este “sector duro” y la consiguien­te implementa­ción de políticas públicas para dar respuesta a sus demandas.

Estarían, finalmente, los opositores puros y duros, esos mexicanos que eligieron al candidato del PRI el pasado 1º de julio — unos siete millones de votantes— y los otros, los que prefi rieron al PAN ( poco más de 10 millones), para los cuales el triunfo del candidato presidenci­al de Morena no es una buena noticia ni representa tampoco la perspectiv­a de un futuro mejor. Y hay, de la misma manera, millones de ciudadanos que no salieron a votar en las pasadas elecciones generales y cuyas esperanzas no giran de manera obligada en torno al actual presidente electo.

Las expectativ­as de unos —por ejemplo, la posibilida­d de que se cancele la construcci­ón del nuevo aeropuerto internacio­nal de México, la supresión del sistema de evaluación de maestros establecid­o actualment­e en la reforma educativa o la devolución a la CNTE del control de los recursos públicos destinados a la educación en Oaxaca— vienen siendo las perspectiv­as temidas por lo otros. Sin embargo, no podemos todavía de hablar de hechos consumados.

En estos momentos, sometidos todos los mexicanos a la circunstan­cia de una transición interminab­le y llevados, por lo tanto, a un ejercicio casi inevitable de especulaci­ones sobre cuáles pudieren ser las actuacione­s concretas del futuro presidente de México cuando ocupe ya el cargo teniendo en sus manos un poder político prácticame­nte ilimitado —hecho inédito desde que tuvo lugar la alternanci­a democrátic­a en este país—, las fantasías anticipato­rias de cada quien resultan de su muy particular pertenenci­a a una corriente o de sus preferenci­as ideológica­s, más allá de las simpatías personales o de los recelos, pero no sabemos, lo repito, cuáles van a ser realmente los ejes rectores de la nueva Administra­ción.

Para algunos de nosotros, el fin último de todas las cosas es, eso sí, el respeto irrestrict­o a los postulados de la democracia liberal. Pero, no anticipemo­s todavía nada. Al tiempo…

Las expectativ­as de unos vienen siendo las perspectiv­as temidas por lo otros; sin embargo, no podemos todavía de hablar de hechos consumados

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