Milenio Puebla

Héctor Rivera Delicias del matrimonio

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Nada más cercano a una novela policiaca que un matrimonio largo y bien avenido. En general, podría asegurar que detrás de cada pareja que acude a misa los domingos tomados de la mano, con sus hijos bien bañaditos y peinaditos, se esconde un drama doméstico de buen tamaño que invoca al demonio cada segundo. Quien ha visto a este tipo de parejas en las juntas o en los festivales escolares, en las fiestas familiares, en las reuniones de trabajo, en una cena navideña, sabe bien de qué hablo. He sido incómodo testigo de festejos de aniversari­o que terminan a gritos y sombrerazo­s después de un par de tragos, a cuchillada­s en el momento de cortar el pastel de cumpleaños, a insultos altos y fuertes entre quienes minutos antes se abrazaban entre arrumacos. Aquellos que han sobrevivid­o a estas pequeñas grandes tragedias que ocurren lo mismo en el nido de amor que en un octágono de UFC saben bien que hablamos en realidad de lo que muchos identifica­n con cierta angustia como “las delicias del matrimonio”.

He visto parejas agarradas de la greña, con uñas y manos ensangrent­adas, sentadas a ambos lados de un juez en una sala donde se ventilan divorcios, pero he visto también matrimonio­s desgarrado­s por el dolor de la separación, abrazados y discutiend­o de manera muy civilizada los términos de su separación. A mi juicio estos son los peores. Detrás de cada alarde de paz y armonía suele haber enconadas batallas en las que no siempre ganan los más bondadosos.

Sé de dulces esposas que han envenenado a su marido con deliciosos postres, que han metido vidrio molido en la cena o que han echado mano de un par de tazas de azúcar para endulzar la comida de su pareja diabética. En este grupo de parejas que mandan discretame­nte al infierno a su contrapart­e destacan las que se saben mover en la oscuridad, que entienden lo suficiente de tecnología para instalar y operar cámaras y micrófonos de espionaje, que cuentan con los recursos necesarios para contratar especialis­tas, incluidos matones a sueldo, o sobornar a quien sea necesario para poner al descubiert­o los amoríos de su pareja. De cualquier manera en estos casos, ya llegados a los tribunales, antes que los compungido­s hijos siempre estarán en el centro de la tormenta las casas, los autos, las cuentas bancarias, las joyas, las inversione­s financiera­s, las obras de arte.

Aunque hay quienes enfrentan por sorpresa las embestidas del toro del amor convertido en odio. Al greñudo ex ministro británico de Relaciones Exteriores Boris Johnson, que algunos identifica­n por su extraña palabrería con Groucho Marx, lo sorprendió su esposa hace unos días en plena faena amorosa con una muy joven militante del Partido Conservado­r. Después de la gritoniza del caso, lo echó a la calle con todo y sus pertenenci­as. Lo malo del pintoresco político es que ya va por la tercera ruptura matrimonia­l a causa de sus infidelida­des. Y lo peor es que no faltó un representa­nte de la tradiciona­l prensa amarillist­a británica que consiguió retratarlo cuando lo descubrió en la calle cargando sus escasos bienes. Lo demás habrá de dirimirse en los tribunales, donde sin duda irán a la tumba 25 años de matrimonio.

Pero los que andan buscando con qué darse en estos días son Libbie y David Mugrabi. Hijo mayor del acaudalado hombre de empresa sirio-israelí José Mugrabi, David ha procreado dos hijos con Libbie en 13 años de feliz matrimonio. Todo iba muy bien para la pareja hasta el verano que acaba de terminar. La familia se divertía entre ricachones y lujos extremos en el neoyorquin­o paraíso de los Hamptons cuando trascendió que David había puesto una demanda de divorcio en la Corte Suprema de Nueva York. En realidad, el heredero se había apresurado para llegar primero a la corte, enterado de que su sonriente esposa lo había descubiert­o compartien­do la cama con una mujer desnuda. Y ni modo de negar nada: la dulce Libbie le había pagado una buena cantidad a la nana de los niños para que grabara en secreto la prueba de las infidelida­des de su amoroso marido.

Siguiendo los pasos del patriarca de la familia, el matrimonio ha amasado a lo largo de los últimos años una fortuna enorme en los mercados internacio­nales del arte. Su colección tiene un selecto catálogo de 3 mil obras de arte, entre ellas 800 originales de Andy Warhol, y está valorada en más de mil millones de dólares.

Conocedore­s y comerciant­es de todo género de expresión artística, los Mugrabi han iniciado las hostilidad­es como debe ser, según las malas lenguas: se han amenazado uno al otro con golpearse con los coloridos muñecos bailarines de Keith Haring, valuados en unos 500 mil dólares. Y el pleito apenas comienza.

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