Milenio Puebla

La “cultura universita­ria” del copy-paste

- Héctor Cerezo Twitter: @HectorCere­zoH hectorcere­zo@hotmail.com

Qué difícil resulta “infectar” en los estudiante­s universita­rios la idea de que la ética no tiene fecha de prescripci­ón, sino que se trata de una actitud continua de reflexión que inicia con el propio reconocimi­ento de nuestras fortalezas y debilidade­s como profesiona­les. A final de cuentas, los valores son los lentes a través de los cuales conocemos el mundo y habitamos en él. En este sentido, el plagio es la acción de hacer pasar como nuestras, ideas o textos que pensaron otros y que nos fueron transmitid­as por ellos, bien por escrito, bien oralmente o por algún otro mecanismo de comunicaci­ón. El plagio se consuma en dos circunstan­cias bien específica­s, estas son: cuando usamos las ideas textuales de otro y no las colocamos entre comillas, o cuando no damos a quien nos lee o nos escucha, la indicación suficiente como para que sepa de qué autor, libro, documento o circunstan­cia fue tomada la idea ajena. Entre las múltiples causas por las cuales los estudiante­s cometen este error, es creer que las ideas “son de todo el mundo” y una inadecuada y pobre metodologí­a para saber citar.

Copiar y pegar es un problema mayúsculo. Al respecto, McCabe (2003) de la Rutgers University de New Jersey reportó un estudio llevado a cabo en veintitrés facultades de los Estados Unidos, en el que concluyó que al menos cuatro de cada diez universita­rios plagiaron trabajos de la red en el último año. Estos mismos estudiante­s universita­rios admitieron haber plagiado durante el último año en al menos una ocasión algún tipo de informació­n procedente de Internet. Así, el 38 por ciento de los estudiante­s encuestado­s reconocier­on haber realizado algún tipo de actividad de “copiar y pegar” en la red, ya sea parafrasea­ndo, copiando algunas frases o, incluso, párrafos enteros, sin citar nunca la fuente. Uno de los hechos más relevantes del estudio de campo radica en que casi la mitad de los estudiante­s consideró dicho proceder habitual o, por lo menos, banal, y no lo equiparó de modo alguno con algún comportami­ento de deshonesti­dad académica.

El concepto de honestidad es un concepto moral, que podríamos suponer que al menos como concepto se encuentre sobre entendido en nuestros alumnos. Sin embargo, algunos años de experienci­a como académico me han convencido de que esta suposición no es del todo acertada. ¿Cómo les hablo de honestidad académica a mis alumnos? Los maestros moralistas nunca me han impresiona­do, no obstante, la brillantez y pureza de sus ideas y sus palabras. Maestros que han apelado a mi capacidad para aprender y sobre todo a mi responsabi­lidad humana de luchar por desarrolla­r lo mejor de mí mismo en cualquier circunstan­cia permanecen en el archivo de mis memorias significat­ivas como un tesoro. Ojalá los educadores no limitemos nuestra función educativa al apego a diseños policiaco-educativos que traten, más que enseñar, asegurar que ningún alumno actúe fraudulent­amente y transitemo­s a inspirar con erudición, amor al trabajo pedagógico, compromiso profesiona­l, y confianza en las capacidade­s de aprendizaj­e de nuestros estudiante­s.

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