A un año de la tragedia, ¿aprendí a soltar?
A yer, los mexicanos recordamos con sentimientos encontrados el aniversario del sismo de 2017 y los 33 años del temblor de 1985; ambos enlutaron a nuestro país y, a la vez, despertaron el sentido de solidaridad de los ciudadanos.
Aún está sensible en nuestras mentes y emociones la tragedia que nos sorprendió de nuevo y que generó cualquier cantidad de reacciones, aprendizajes y reflexiones en cada uno de nosotros.
Recuerdo a familiares, amigos y consultantes re significando sus valores, sus ideas, sus creencias y sus prioridades y decididos a vivir un día a la vez convencidos de que el mañana es incierto y que nadie tenemos licencia indefinida para estar en este planeta.
A algunos les nació el espíritu de solidaridad y la necesidad de ayudar al prójimo, a otros el de reflexionar de que los bienes materiales son efímeros y a muchos más la convicción de demostrar amor a sus semejantes en el presente.
Lamentablemente, después de la tragedia, del luto, de la “cruda” como país, volvimos a la dinámica de un mundo acelerado, agitado, rutinario y en muchas ocasiones inconsciente, que dejó escapar la oportunidad de aprender la lección de vivir plenamente sin necesidad de hacerlo solo de cara al dolor.
¿Aprendimos a soltar lo que no está en nuestras manos controlar? ¿Sabemos vivirnos en el desapego? ¿Nos decidimos a romper patrones y paradigmas que nos han sido impuestos y no nos atrevemos a cuestionar? ¿Confiamos en la perfección del universo? ¿Tenemos fe de que todo es cómo es? ¿Vivimos y dejamos vivir? ¿Nos atrevemos a arriesgarnos y a cumplir nuestros sueños pensando más en el querer que en el tener que?
Hace un año tras la tragedia, publiqué que al igual que los adictos en recuperación han salido de las tinieblas y han llegado a la luz de la alegría de vivir, los mexicanos tenemos esa misma posibilidad y hoy me atrevo a agregar que llegó el momento de aplicar lo que aprendimos: vive feliz ahora mientras puedas.