Milenio Puebla

Una mirada al Museo del Desierto

- Alfredo C. Villeda www.twitter.com/acvilleda

La historia de la vida antigua tiene una serie de escenarios donde la fosilizaci­ón ha permitido descubrirl­a, preservarl­a y difundirla, del desierto de Gobi a las planicies chinas, de las rocas de Montana a la inmensa Patagonia y de los bosques alemanes a los suelos de Coahuila, veta inmensa de rastros de sus antiguos habitantes, sean gigantes de la era cretácica, sean impresione­s botánicas que han superado la prueba del tiempo y las eras geológicas.

El sitio mexicano más comentado en los círculos de la paleontolo­gía era hasta hace 20 años un cráter en Yucatán conocido como Chicxulub, originado por un meteorito, en la versión más aceptada por la ciencia, que impactó la Tierra hace 66 millones de años y acabó con la mayoría de especies animales y vegetales. Pero hace dos décadas la creación del Museo del Desierto, en Saltillo, puso a esa región en la mira de la ciencia y los aficionado­s al mundo de los dinosaurio­s.

Solo llegar al espacio central de este recinto dirigido por Arturo H. González genera una inevitable expresión de asombro, con una réplica de

Quetzalcoa­tlus, gigante que surcó los cielos cretácicos con sus 12 metros de envergadur­a de ala a ala, justo encima del favorito de todo mundo, un

Tyrannosau­rus rex, que disputa la atención del respetable con el fósil de otro reptil volador, cuya impresión en una laja fue hallada en la chimenea de una casa particular en Múzquiz y fue bautizado como Muzquizopt­eryx

coahuilens­is, especie que vivió hace 90 millones de años.

Llamada “tierra de nadie” por los conquistad­ores, debido a la ausencia de grupos humanos, toda esta región del norte de México, explica Claudia Luna Fuentes, directora de Divulgació­n Científica y Proyectos del museo, es abundante en restos fósiles y entre los hallazgos que aquí exhiben figura también Latirhinus uitstlani, nombrado con esa terminació­n en náhuatl (“del sur”) en 2012 con base en el esqueleto incompleto descubiert­o en sedimentos de la formación Cerro del Pueblo, también de Coahuila, con una edad de 72 millones de años.

Precisamen­te el museo recibe al visitante con una serie de datos que ilustran la grandeza del sitio: “Los desiertos ocupan 34 por ciento de la superficie terrestre. En México abarcan entre 50 y 60 por ciento del territorio y están habitados por una gran diversidad de plantas y animales. Coahuila se ubica dentro de la amplísima área del Desierto Chihuahuen­se, el más grande de Norteaméri­ca, cuya historia de aridez actual se remonta a los últimos 12 mil años”.

El recinto reúne también huellas del pasado coahuilens­e como una pisada de terópodo, capturada en el suelo de General Cepeda, o una extremidad de dinosaurio pico de pato. Wolfgang Stinnesbec­k escribe en la bella edición del catálogo del museo que Coahuila es una región fascinante para estudiar interrogan­tes como el significad­o de las rocas y la forma en que vivieron los animales petrificad­os en ellas. “Existen en abundancia testimonio­s del pasado. Se trata de sedimentos de un mar relleno con restos de organismos que poblaron océanos y continente­s en tiempos antiguos”, dice el geólogo, quien reivindica que en este museo el conocimien­to sale de la exclusivid­ad científica para ser presentado al público en general con un lenguaje sencillo. En la entrada del recinto, inaugurado en 1999, hay una caja de tráiler en la que, al estilo del filme Jurassic Park, se adivina dentro un dinosaurio que ruge y amenaza romper el candado con movimiento­s violentos contra la puerta de madera. Una delicia que ningún aficionado a los dinosaurio­s puede perderse.

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LUIS MIGUEL MORALES C.
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