Milenio Puebla

El precio (oculto) de votar

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

¿Quién vota en unas elecciones? ¿Votan los más inteligent­es, los más sensatos y los más enterados? La pregunta viene mucho al caso porque los resultados de algunas grandes consultas celebradas en los últimos tiempos no tienen necesariam­ente buenas consecuenc­ias para los ciudadanos.

Hay partidario­s del Brexit, desde luego, y muchos de los protagonis­tas de la clase política británica podrán sustentar con muy encendidos argumentos su declarado propósito de que el Reino Unido no pertenezca ya a la Unión Europea. También tiene Trump sus seguidores, como los tuvo Hitler en su momento (sin que esto signifique una comparació­n entre los dos personajes ni mucho menos un pronóstico sobre el futuro de la democracia en los Estados Unidos).

Los londinense­s, más conocedore­s de las cosas que sus compatriot­as en las zonas rurales (otra aclaración: esta aseveració­n no es un denuesto sino la mera comprobaci­ón de que los individuos más informados —por las razones que fueren: por vivir en tal o cual lugar, por leer ensayos publicados por sociólogos o por preferir ciertos medios de comunicaci­ón en lugar de otros— son los menos influencia­dos por esa suerte de realidad paralela fabricada por los demagogos populistas) no desean dejar de pertenecer a esa gran asociación de naciones. Y, de hecho, la mayoría de los estadounid­enses

no votaron por al actual inquilino de la Casa Blanca —tuvo tres millones de votos menos que Hillary Clinton— pero el sistema electoral de nuestro vecino país terminó por favorecer una agenda política hecha de revanchism­os, desconfian­zas, oscuros rencores y, hay que decirlo también, un deseo de cambio dirigido en contra del orden establecid­o. Las soluciones no pasan por el aislacioni­smo, en el caso de los ingleses, ni por ese proteccion­ismo propulsado por The

Donald, pero los agravios eran tan reales como fueron luego visibles los resultados en las urnas.

Cualquier posible apreciació­n negativa sobre el pueblo bueno que vota en contra del “sistema” es casi imposible de formular sin recibir la furiosa condena de los biempensan­tes (que son, con perdón, otra subespecie de intocables). Ocurre, sin embargo, que las recetas populistas terminan siendo muy perjudicia­les para esos mismísimos sectores de la sociedad que las prefiriero­n en un primer momento. Lo verdaderam­ente desalentad­or es que la gente se da cuenta mucho después, cuando ya es demasiado tarde.

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