Milenio Puebla

La sonrisa de Javier Duarte

- ESTEBAN ILLADES Twitter: @ esteban_ is Facebook: / illadesest­eban

Entre los muchos momentos que se recordarán del sexenio que pronto termina, de Javier Duarte siempre se guardará uno particular: el del 14 de abril de 2017, cuando fue capturado, sonriente, en un hotel guatemalte­co.

A pesar de que según diversas investigac­iones periodísti­cas el gobierno de Duarte en Veracruz lavó más de 75 mil millones de pesos, el ex gobernador mantenía ese día una cara discordant­e con la realidad: su sonrisa no correspond­ía con la del acusado del desvío más grande de dinero de las últimas décadas en el país. Dinero que se documentó fue a dar, por una parte, a campañas políticas, y, por otra, a sus arcas personales. Al día de hoy se le ha encontrado vínculo directo con 41 propiedade­s en México y el extranjero. Decenas restantes están aún bajo investigac­ión.

Antier, tras declararse culpable de dos delitos —lavado de dinero y asociación delictuosa— Duarte consiguió una pena ínfima para el tamaño del desvío, pero acorde con esa sonrisa del 14 de abril: nueve años en prisión, que pueden reducirse a tres porque ya ha cumplido año y medio tras las rejas, y porque la ley estipula que con la mitad de la pena purgada un reo puede solicitar libertad anticipada. Asimismo, no tendrá que reparar daños, pues los delitos que cometió no contemplan esa posibilida­d. Tampoco será inhabilita­do para ejercer cargo público: en teoría podría ocupar una curul o puesto a partir de 2021.

El plan de Duarte nunca fue bueno, pero tampoco tenía que serlo. Siempre supo, como cualquier mexicano, dos verdades obvias: en este país la justicia no existe y el dinero compra todo. Por ello Duarte se hizo de los mejores abogados posibles y los enfrentó a una procuradur­ía propensa a tropiezos obscenos. Aún detenido, siempre tuvo las de ganar.

Hoy, la sonrisa de Javier Duarte se mantiene, pues pronto se le verá de regreso en las calles. Mentira, en las calles no. En alguna de sus casas de lujo o en la de algún prestanomb­res, con suficiente dinero para nunca más tenerse que preocupar de nada. Y eso incluye a la justicia mexicana.

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