Aprender a dejar ir
¿ Por qué la gente insiste en dejar ir y agradecer? Suenan a conceptos ajenos porque los relacionamos con “olvidar y perdonar”, con “poner la otra mejilla” o con una filosofía de vida que no nos parece práctica o justa. Claro, cuando nos han lastimado o cuando se ha cometido una injusticia es impensable que agradezcamos al malhechor o que dejemos ir la idea de retribución.
Cuando esto se centra en lo que lastima a la sociedad (la injusticia, el crimen, la guerra, el hambre, el abuso de mujeres y niños), es normal exigir que no haya “perdón ni olvido”. Sobre todo porque en esos casos es imprescindible la restitución de los daños y las garantías suficientes para que algo no vuelva a pasar. La memoria nos ayuda a recordar que debemos estar alertas a la defensa de lo que es bueno y justo. Sin embargo, en las relaciones humanas, las líneas de lo que estuvo “bien o mal”, lo que es “bueno y malo” son un tanto más difusas.
¿Cómo imaginar agradecer a alguien que nos ha engañado? ¿Cómo voy a tomar la responsabilidad y dejar ir el hecho de que me han ofendido? Es nuestra responsabilidad porque dejamos que domine nuestros pensamientos y, con esto, que domine cómo actuamos durante el día, cómo nos comportamos, el rendimiento y la energía que tenemos, las actitudes que tomamos y hasta el dinero que gastamos. Es nuestra responsabilidad porque permitimos que estos sentimientos, en donde además, todo lo malo está fuera de nosotros, se adueñen de nuestra vida y nuestras decisiones.
Todos conocemos o tenemos parientes, personas cercanas, que siguen en una mala relación, aguantan un mal trabajo, mueren con rencores, se estresan demasiado o toman malas decisiones con el dinero. No son “malas personas”, pero cosas malas o conflictos parecen rodearlos, ¿cierto? Esto también pasa en nuestro interior cuando cargamos el rechazo, el desamor, las malas relaciones y las malas decisiones. En diferentes escalas, si no tomamos las riendas y la responsabilidad de nuestros pensamientos y nuestros sentimientos, todos enfermamos y terminamos solos, porque si no dejamos ir todo esto, lo llevaremos hasta nuestro último día.
¿Qué podemos hacer? Empezar a diferenciarlo, reconocerlo y a modificarlo. Si nos han roto el corazón, si la persona que amamos ha decidido irse y, de paso, decirnos que no nos ama de vuelta, por supuesto que nos vamos a sentir rechazados, minimizados y solos. El primer lugar común sería “generalizar” y centrar estos sentimientos en nosotros: “siempre me dejan”, “nadie me quiere”, “¿qué tengo de malo?”. Para empezar a sanar, cuando estemos listos, centrémonos en el sentimiento y no en la causa detrás de estas preguntas. Es decir, “¿por qué me siento rechazado? ¿Por qué tiendo a sentir que hay algo malo en mí?” Las palabras “siempre”, “nunca” y los pensamientos que nos llevan a sentir que “todo” nos pasa a nosotros, solo nos encierran más en un ciclo de culpa, que no es igual a asumir la responsabilidad.
Si lo notan, la otra persona desaparece un rato de la ecuación y nos centramos en cómo nos estamos sintiendo nosotros, dándonos espacio para analizar y profundizar en cómo sanar. La mayoría de las veces, las malas experiencias nos sirven para crecer.
Esto se aplica a las relaciones con familiares conflictivos, con colegas tóxicos e incluso cuando alguien nos da mal servicio o nos trata mal en algún establecimiento. Cambiar cómo nos planteamos estas preguntas, cambia nuestra actitud; este es el primer paso para dejar ir y agradecer a la vida (e incluso, por qué no, a esa persona) por darnos la oportunidad de conocernos y querernos más a nosotros mismos.