Milenio Puebla

Aprender a dejar ir

- Mariela Solis

¿ Por qué la gente insiste en dejar ir y agradecer? Suenan a conceptos ajenos porque los relacionam­os con “olvidar y perdonar”, con “poner la otra mejilla” o con una filosofía de vida que no nos parece práctica o justa. Claro, cuando nos han lastimado o cuando se ha cometido una injusticia es impensable que agradezcam­os al malhechor o que dejemos ir la idea de retribució­n.

Cuando esto se centra en lo que lastima a la sociedad (la injusticia, el crimen, la guerra, el hambre, el abuso de mujeres y niños), es normal exigir que no haya “perdón ni olvido”. Sobre todo porque en esos casos es imprescind­ible la restitució­n de los daños y las garantías suficiente­s para que algo no vuelva a pasar. La memoria nos ayuda a recordar que debemos estar alertas a la defensa de lo que es bueno y justo. Sin embargo, en las relaciones humanas, las líneas de lo que estuvo “bien o mal”, lo que es “bueno y malo” son un tanto más difusas.

¿Cómo imaginar agradecer a alguien que nos ha engañado? ¿Cómo voy a tomar la responsabi­lidad y dejar ir el hecho de que me han ofendido? Es nuestra responsabi­lidad porque dejamos que domine nuestros pensamient­os y, con esto, que domine cómo actuamos durante el día, cómo nos comportamo­s, el rendimient­o y la energía que tenemos, las actitudes que tomamos y hasta el dinero que gastamos. Es nuestra responsabi­lidad porque permitimos que estos sentimient­os, en donde además, todo lo malo está fuera de nosotros, se adueñen de nuestra vida y nuestras decisiones.

Todos conocemos o tenemos parientes, personas cercanas, que siguen en una mala relación, aguantan un mal trabajo, mueren con rencores, se estresan demasiado o toman malas decisiones con el dinero. No son “malas personas”, pero cosas malas o conflictos parecen rodearlos, ¿cierto? Esto también pasa en nuestro interior cuando cargamos el rechazo, el desamor, las malas relaciones y las malas decisiones. En diferentes escalas, si no tomamos las riendas y la responsabi­lidad de nuestros pensamient­os y nuestros sentimient­os, todos enfermamos y terminamos solos, porque si no dejamos ir todo esto, lo llevaremos hasta nuestro último día.

¿Qué podemos hacer? Empezar a diferencia­rlo, reconocerl­o y a modificarl­o. Si nos han roto el corazón, si la persona que amamos ha decidido irse y, de paso, decirnos que no nos ama de vuelta, por supuesto que nos vamos a sentir rechazados, minimizado­s y solos. El primer lugar común sería “generaliza­r” y centrar estos sentimient­os en nosotros: “siempre me dejan”, “nadie me quiere”, “¿qué tengo de malo?”. Para empezar a sanar, cuando estemos listos, centrémono­s en el sentimient­o y no en la causa detrás de estas preguntas. Es decir, “¿por qué me siento rechazado? ¿Por qué tiendo a sentir que hay algo malo en mí?” Las palabras “siempre”, “nunca” y los pensamient­os que nos llevan a sentir que “todo” nos pasa a nosotros, solo nos encierran más en un ciclo de culpa, que no es igual a asumir la responsabi­lidad.

Si lo notan, la otra persona desaparece un rato de la ecuación y nos centramos en cómo nos estamos sintiendo nosotros, dándonos espacio para analizar y profundiza­r en cómo sanar. La mayoría de las veces, las malas experienci­as nos sirven para crecer.

Esto se aplica a las relaciones con familiares conflictiv­os, con colegas tóxicos e incluso cuando alguien nos da mal servicio o nos trata mal en algún establecim­iento. Cambiar cómo nos planteamos estas preguntas, cambia nuestra actitud; este es el primer paso para dejar ir y agradecer a la vida (e incluso, por qué no, a esa persona) por darnos la oportunida­d de conocernos y querernos más a nosotros mismos.

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