Madrazo de “antiayuda”
U na de las escenas que me resultan más frustrantes es deambular en las librerías y constatar que los estantes que contienen los ejemplares de superación personal y autoayuda, paradójicamente crecen en proporción directa a la prevalencia de depresión, estrés, suicidios, soledad, vacío existencial y en general, del sufrimiento y dolor humanos. De hecho, me parece rarísimo que habiendo avanzado tanto el campo de la autoayuda, el coaching y los saberes de superación personal, el mundo siga tan jodido. La autoayuda, solo “ayuda” -y mucho- a sus autores. No es suficiente atiborrar las librerías de literatura falaz - ¡No bibliotecas inepto Sócrates Mayer!- es necesario que tú como lector, los mantengas comprándoles su diarrea cognitiva. Solo así, el engaño mutuo estará consumado. Nuestras creencias son simbólicas, por ello representan el material más “explotable” por la industria espuria del desarrollo humano.
La felicidad se ha convertido en un imperativo moral y el refugio en el ego es una respuesta directa a la masificación, el anonimato y la pulverización de nuestras relaciones familiares, amorosas y amistosas. ¿Qué es la felicidad? Con franqueza, no lo sé. De hecho, ni siquiera estoy seguro que pueda responderse de una forma proposicional. Lo que sí sé, es no insistir en la búsqueda de una respuesta, sino en el sentido mismo de la pregunta. Las personas que quieren ser “felices” o emprenden una búsqueda para conquistarla, no lo hacen para disfrutar de la respuesta, sino para tener una experiencia vital plena. Como afirma Sócrates en el Critón “el filósofo griego, no el diputado stripper- el ser humano no solo pretende vivir, sino “vivir bien” y de muchas formas. Así, un girasol que apunta hacia el lado contrario del sol, es un idiota por no lograr su capacidad heliotrópica; igual que una escherichia coli que no es capaz de ingresar a su membrana potasio y excretar sodio (Cerejido, 2017).
En este sentido, el sujeto posmoderno supone que por saber el nombre de lo que busca, cree saber lo que busca. ¡Quiero ser feliz! ¡Quiero amar! ¡Quiero conocer a Dios! ¡Deseo hacer el bien! En fin, los motivos son diversos y demuestran que, las historias de vida se diluyen en el terreno de las fantasías de nuestro ego. Desde Platón hasta Sartre hemos intentado comprender la naturaleza indeterminada de la vida humana y las posibilidades reales de transformación que están a su alcance. El utópico afán de alcanzar un perfecto equilibrio entre la felicidad y el placer, tal vez haya creado expectativas igualitarias que ningún ser humano puede satisfacer para el orden sutil de nuestra naturaleza. No hay panaceas para el fracaso, la frustración y el dolor, pero no pocos dolores se verían aliviados si comenzásemos por, como diría Séneca, “sostenernos sobre nuestras propias piernas”. La búsqueda incesante de la felicidad empieza a gozarse cuando se le encuentran dos sentidos: dejar de representarla mediante palabras y vivirla maravillado. Hay personas que dicen que soy un idiota. Otros que he “salvado” su vida. Léeme y decide por ti mismo. Tú decides.