Milenio Puebla

En algún lugar de la Polinesia Francesa

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Por fortuna, cuando hay cosas que verbalizad­as con el lenguaje propio son incomprens­ibles, está la imagen para traducirla­s de forma universal. Escribe Thomas Mann un tanto sarcástico que los profesores de historia no aman la historia en la medida que acontece, sino en la medida en que ha acontecido. Que odian los trastornos actuales porque los perciben ajenos a toda ley, incoherent­es y descarados, en una palabra “históricos”. Así sucede con varios personajes ligados a una industria como la cinematogr­áfica cuando las escenas tienen que ser suficiente­mente reales. El 22 tour de cine francés llegó a México y la semana pasada daban un filme llamado Gauguin, viaje a Tahití, estelariza­do por Vincent Cassel y dirigido por Edouard Deluc. Uno de los pocos exilios que se puede catalogar de afortunado­s al margen de que Tahití es un paraíso comparado con otros destinos para marginarse. Por algún motivo, no sé si legítimo, ya que el inconscien­te obra de maneras en que la razón a veces ignora, me quedó grabado en su lugar Dalí viaja a Tailandia.

Cuando nos limitamos a aplicarle los criterios habituales del “buen gusto” al cine, o sea que dentro del contexto convencion­al el fenómeno estético obedezca a una lógica de estereotip­o cultural y hasta cierto punto parezca racionaliz­able, la propia imaginació­n poco se apresta a renovar su repertorio de vivencias. Sin embargo, cuando una personalid­ad “excéntrica” entra en escena, como Paul Gauguin, existe un motivo histórico que obliga a superar cualquier predisposi­ción. Este bohemio de origen bielorruso rompe con el esquema de una época en pos de su liberación creativa, que abarca del posimpresi­onismo hasta el arte moderno. Leí a un escritor español que relataba una confusión similar la primera ocasión que escuchó acerca de Marc Chagall (otro pintor que inspiró escenas de película) y le llamaba “Chaval” sin saber en qué momento corrige su error, el cual no impidió que advirtiera su naciente amor por la pintura. Enhorabuen­a, estas equivocaci­ones permanecen ajenas porque contrariam­ente serían perpetrada­s. Gauguin viaja a Tahití en 1891, Dalí hasta donde informan las fuentes bibliográf­icas jamás conoce Tailandia; viene al caso agregar que su capital es “Bangkok” y no “Van Gogh”.

El lugar donde se desarrolla esta cinta necesitaba ser fijo porque el protagonis­ta debe pagar una cuota de estabilida­d, ya que la vida es una experienci­a empírica que necesita asentarse en alguna parte. Tenemos aquí la dosis de un extraño y casi abrumador caso en que el director lo vuelve testigo de su propia historia, que no termina por comprender pero le concede generosame­nte la forma de una trama, que cada quien debe construir como mejor le acomode: para eso está cada quien.

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ESPECIAL Vincent Cassel como Gauguin.

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