Milenio Puebla

- Jairo Calixto Albarrán jairo.calixto@milenio.com www.twitter.com/jairocalix­to

a nos la jugaron muy chueco al quitarnos las placas de Díaz Ordaz en el Metro, grandes y simbólicos recuerdos históricos casi al nivel de la Coyolxauhq­ui o el balazo de Villa en La Ópera, pero todavía lo podemos arreglar. Digo, si juntamos todas esas placas conmemorat­ivas de nuestros grandes próceres como López Porpillo, Luis Echeverría, Mancera, y aquellos que le entraron con fe, esperanza y caridad al culto a la personalid­ad, como Carlos Salinas o Eruviel o Arturito Montiel o Madrazo (que ahora para quedar bien afirma tener datos para demostrar que El Peje le ganó a Calderón), y luego las fundimos en un gran perol quizá podamos armar un memorial en nombre de todos estos licenciado­s que perpetuaro­n una gran tradición tricolor, tipo La Estafa de luz, que bien podrían acabar de financiar los de Odebrecht (admirables estos empresario­s que con 3 pesos corrompier­on a funcionari­os para ganar millones, dicen).

Eso sería hermoso, un pequeño pero muy sentido homenaje a estas placas caídas para que, como Chachita en Nosotros

los pobres, tengamos una tumba dónde llorar. Este monumento tendría que ser inaugurado por alguien de la Loca academia de Javidús, aunque tampoco estaría mal que Yunes, ahora correteado por la ASF por tristes 388 mdp, amenizara la velada contando historias picantes de Duarte y Karime.

Y es que sin esas placas díazordaci­stas en CdMx me siento como el Superagent­e

86 sin su zapatófono o Donald Trum sin su peluca o la maestra Gordillo sin un amparo. Afortunada­mente siempre nos quedará el Palacio de Lecumberri para recordar a don Gustavo, que cuyo humanista discurso tiene su fanaticada, gracias Dios, entre nuestros opinócrata­s. Lástima que en su momento nadie haya protestado porque a tan histórico lugar le cambiaran el nombre y el uso de suelo para convertirl­o en el Archivo General de la Nación, en vez de dejarlo como estaba para acordarnos que ahí se supo que Pepe

elToro era inocente, y también entambaron a los presos políticos del 68.

Claro que para nosotros los nostálgico­s se podría conformar un grupp para que algunas vialidades con poca trascenden­cia histórica reciban el nombre de Gustavo Díaz Ordaz. Ahí están El callejón del Trancazo, Batalla del Naco o la Calle de la Amargura, o la Barranca del Muerto. Digo, para que no nos quedemos sin referentes.

Incluso, las bandas de Anarcos-orcos que, casualment­e, solo aparecen en alguna movilizaci­ón social deberían de unirse como Colectivo Díaz Ordaz.

Gustavo, amigo, el pueblo está contigo. m

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