Milenio Puebla

La simiente del 68

Cometen un error quienes piensan que lo que recordamos del 2 de octubre es la tragedia que marcó al país; olvidan, y por ello es justa la memoria, que el 68 fue un año de construcci­ón simbólica para nuestra democracia

- LIÉBANO SÁENZ http://twitter.com/liebano

El ser humano se distingue por su capacidad de recordar y representa­r los acontecimi­entos pasados que tejen su constituci­ón histórica. La memoria ha sido camino de construcci­ón de las naciones y los pueblos. En este sentido, aunque esté amenazado por el tiempo, y porque quienes estuvieron ahí solo habrán de recordar algunos detalles, el grito añejo que simboliza la conmemorac­ión del 2 de octubre sigue resonando. ¡Ni perdón, ni olvido!, pero la verdad es que aquel episodio se debate hoy entre el recuerdo y el olvido, corriendo el peligro de banalizars­e y perder todo el contenido que aquellos jóvenes le dieron con su lucha y con su vida. O más terrible aún, de tergiversa­rse y oficializa­rse, lo que equivaldrí­a a pervertir los símbolos de ese hito histórico.

El martes 2 de octubre se cumplieron 50 años desde que la Plaza de Tlatelolco se manchó con la sangre de un número indetermin­ado de jóvenes mexicanos. Cometen un error quienes piensan que lo que recordamos ese día es la tragedia que marcó al país. Olvidan, y por ello es justa la memoria, que el 68 fue un año de construcci­ón simbólica para nuestra democracia. El mayo francés marcó un hito que se diluyó en todo el mundo: Sartre, quien entonces fuera el ícono que construyó filosófica­mente el movimiento, siempre supo que la de los jóvenes era una lucha contra el autoritari­smo. No se trataba de una disputa contra el poder, sino por la creación de un poder diferente.

El mayo francés fue mucho más que una oleada de protestas contra la imposición en las institucio­nes educativas. Se colaron las demandas por la libertad sexual, el derecho al voto, la participac­ión de los medios de comunicaci­ón, la libertad de expresión y asociación. Era el germen de la democracia que se transforma­ba y que encarnaban los miles de jóvenes que con gran valor salían a las calles a hacerse escuchar. En México, la situación tuvo un final trágico. Pero esto no acalló el movimiento. Lo que pasó hace 50 años fue una situación sin precedente­s: la democracia había tomado a los jóvenes como voceros de su necesaria construcci­ón. La generación del 68, a la que con orgullo pertenezco, supo canalizar sus objetivos en un grito pacífi co por las calles que sensibiliz­ó a las generacion­es anteriores y posteriore­s sobre lo que signifi caba construir el poder de manera horizontal. Michel de Certeau reconoció en el 68 La

toma de la palabra, y en nuestro país esa toma fue francament­e un arrebato, que conmocionó y cimbró el futuro.

Lo que se debate entre el olvido y la memoria es la huella de la juventud que construyó el 68. Permanece en mis recuerdos la manera en la que el rector Barros Sierra encabezaba la marcha en Ciudad de México, empoderand­o a los jóvenes contra la represión. Pero lo verdaderam­ente sustancial de aquellos episodios es que, a la luz de la reflexión histórica, una aliada fundamenta­l en la memoria de los pueblos, confirmamo­s que no eran Barros Sierra o Sartre quienes en cada escenario organizaba­n el movimiento. Se unían a él, y se convertían en uno más de sus actores, pero reconocían el poder de los jóvenes organizado­s que luchaban contra la imposición y unían su voz contra ese autoritari­smo de largo aliento, sin ser ellos sus instigador­es. Y es que el movimiento fue ante todo un signo de la vitalidad de la juventud que lo construyó.

Si hoy pesa y preocupa la posibilida­d del olvido es porque la justicia no solo es un elemento pragmático para castigar a los responsabl­es. Como lo planteó Ulpiano, la justicia es la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno su derecho. Es un acto de justicia no olvidar, pues así la memoria mantiene vivo en los ciudadanos el origen de los derechos de los que son sujetos.

Parte de la democracia mexicana nació en muchos sentidos en 1968. No solo se trata de la indignació­n que produjo el acto de abuso y represión del Estado contra los jóvenes en la Plaza de las Tres Culturas, sino del poder de sensibiliz­ación que los jóvenes ya habían logrado para ese momento; de las demandas que fueron encauzadas al tiempo; y de la manera en que, con las décadas, los herederos de esa generación y de esos ideales impulsaría­n y construirí­an reformas tan importante­s como las de 1977 y 1994.

La conmemorac­ión del 2 de octubre debe trascender a la tradiciona­l marcha y los lugares comunes. Debe trascender a la

Noche de Tlatelolco y los gritos que invitan a no perdonar ni olvidar. Debe dignificar a los actores de aquellos episodios, a los que lamentable­mente perdieron la vida y cuyas muertes representa­n una deshonrosa marca en nuestra historia, lo mismo que a los que siguieron en pie de lucha construyen­do la democracia nacional. A sus herederos, a las generacion­es que aprendiero­n las lecciones de aquel año y se dieron cuenta de que la represión no ahogó el grito por la libertad ni la protesta contra el poder vertical, autoritari­o y aplastante.

Lo que queda después de 1968 es el aprendizaj­e sobre la lucha por el poder. La lucha que se lleva pacíficame­nte en las urnas y evita toda violencia. La lucha que permanece más allá de los comicios y tiempos electorale­s, donde la oposición representa siempre el contrapeso necesario contra el autoritari­smo. La lucha que se ejerce en los medios de comunicaci­ón, en las redes sociales, en las institucio­nes de transparen­cia y escrutinio, en el acceso a los cargos públicos lo mismo que en su cuestionam­iento. Los muchachos que en 1968 doblaron el camino de la historia, supieron que en el fondo de la protesta estaba la búsqueda por construir un país democrátic­o y romper con las generacion­es que habían construido el modelo monolítico y autoritari­o que caracteriz­aba a México.

Si hemos de luchar contra el olvido, que según la ciencia es lo más natural a las personas y a las sociedades, que no sea banalizand­o ni solemnizan­do la lucha del 68. Ejerzamos críticamen­te la potestad de ser libres y construir día con día la democracia, pues solo así dignificar­emos las huellas de un año en que la juventud tuvo el valor de tomar la palabra. Para ellos, para mis contemporá­neos que perdieron la vida en la búsqueda de la justicia, que en México y el mundo jamás triunfe el olvido.

Lo sustancial de aquellos episodios es que no eran Barros Sierra o Sartre quienes en cada escenario organizaba­n el movimiento

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JAVIER RÍOS Monumento a víctimas en la Plaza de las Tres Culturas.
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