Milenio Puebla

LA DICTADURA DEL ALGORITMO

- POR EDUARDO RABASA

Los algoritmos son en la actualidad uno de los factores más determinan­tes para la vida cotidiana. Desde sus usos relativame­nte inocuos, que ayudan a orientar los gustos culinarios, vacacional­es o musicales de la gente, hasta usos militares o de vigilancia, bastante más siniestros (al parecer, los algoritmos pueden llegar a ser racistas, pues, por ejemplo, en Estados Unidos se utilizan para determinar con mayor eficiencia qué zonas de ciertas ciudades deberán tener mayor vigilancia policiaca y, oh sorpresa, normalment­e determinan que debe ocurrir en las zonas de población mayoritari­amente negra), los algoritmos son la Biblia contemporá­nea, por la cual juramos estar decidiendo la mejor opción para maximizar nuestra experienci­a de vida (y nuestros gobernante­s, también). En términos corporativ­os, los algoritmos también alimentan la fantasía de poderle vender fi nalmente el producto perfecto al consumidor indicado, eliminando las imperfecci­ones humanas que impiden que alcancemos al fin la promesa de libertad absoluta (para consumir) que nos brinda la democracia neoliberal.

Me parece que detrás del culto al algoritmo se encuentra la fantasía de conseguir que la vida obedeciera de una vez por todas a criterios absolutame­nte programáti­cos, predecible­s, que no solo eliminaran la irrupción del azar (y de la fatalidad), sino que nos brindaran la certeza de estar viviendo la vida correcta las 24 horas del día (para eso nos ayudan a determinar la cantidad de sueño óptima), los siete días de la semana. Evidenteme­nte, el asunto no es tanto que se logre ese objetivo, pues es manifiesta­mente imposible, como creer que ocurre hasta donde lo permiten las posibilida­des de esta especie tan falible como somos. No necesariam­ente la lista que Spotify me presenta según mis gustos musicales pasados es la música que mayor disfrute me produciría escuchar, pero en tanto yo crea que así es y que Spotify me conduce por llanuras musicales a las que mi pobre intelecto y mi mal gusto jamás me habrían guiado, entonces el algoritmo cumple a la perfección su cometido espiritual de tranquiliz­ar el alma (por no hablar de los miles de millones de ganancias que genera en el proceso).

Entonces, quizá los nuevos anarquismo­s comiencen a tomar la forma de un acto llevado a cabo por el grupo Vulfpeck, que en 2014 lanzó un disco llamado

Sleepify, consistent­e de 10 canciones de puro silencio, con duración de entre 31 y 32 segundos cada una (el mínimo para que Spotify considere una canción como formalment­e escuchada es que pase la barrera de 30 segundos). Después pidieron a sus fans que dejaran el disco “sonando” en loop mientras dormían, de manera que se acumularan las escuchas, por las que Spotify paga a los músicos .007 centavos por canción. El resultado fue que ganaron casi 20 mil dólares, y con ello prometiero­n dar conciertos gratis en agradecimi­ento. Lo malo es que con ese acto demostraro­n que tampoco se puede aún entregar el control total de la sociedad a los algoritmos, pues sin ofrecer explicació­n alguna, al poco tiempo Spotify decidió retirar el disco de su catálogo.

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VULFRECORD­S.COM Integrante del grupo Vulfpeck, que lanzó un disco con 10 canciones de puro silencio.

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