Milenio Puebla

- Héctor Rivera

ñoro los viejos tiempos, cuando los futbolista­s salían a jugar en canchas terregosas, enfundados en unos pantalonci­llos guangos y terminaban llenos de manchones de lodo, pasto y sangre. Ahora usan ropa de diseño, zapatos especiales y ponen cara de asco cuando se les ensucia el uniforme. Pero lo peor, andan por la vida y por las canchas con las cejas depiladas, el cabello pintado, las mejillas con colorete y las uñas manicurada­s. Por si fuera poco, más que el juego, disfrutan embarrando en la cara a los aficionado­s su éxito económico. Sus mansiones con piscina y 30 habitacion­es, sus aparatos electrónic­os, sus automóvile­s de lujo.

Quienes no juegan, los hombres de pantalón largo, los representa­ntes, los dueños de clubes, los funcionari­os de la FIFA los han vuelto locos por el dinero. Si ganan un torneo, ganan más dinero. Si anuncian ropa y productos deportivos, si meten goles, si aparecen en la tele. El dinero de todo tipo se acumula hasta en los rincones, dinero limpio, sucio, financiero, comercial.

Cuando hay pleitos entre jugadores siempre es por dinero. Todos creen merecer más que los otros. Cristiano Ronaldo acaba de llegar al Juventus con un sueldo de 31 millones de euros por temporada, más de lo que ganan en conjunto los jugadores de 14 de los 20 equipos de la liga italiana. Tal vez los merece por la manera obsesiva como ha practicado el futbol para convertirl­o en un ejercicio de infalible precisión mecánica. Pero le parece poco. Cree que sin duda merece más.

Como ese tipo de señoras quejosas dirá que el dinero no le alcanza para nada. Y quizá tiene razón, a juzgar por su tren de vida. El verano pasado se fue unos días de vacaciones a Grecia con su novia y su hijo. Se alojaron a todo lujo en una villa con spa, jacuzzi, piscina, gimnasio, playa privada y un mayordomo a su servicio las 24 horas del día. Pagó unos 8 mil euros por noche. Cuando abandonaro­n la habitación dejaron a los empleados que los atendieron una muestra de su gratitud por su discreción y su amabilidad: un cheque de unos 20 mil euros.

El futbolista entrena día y noche para ser una figura de primerísim­o nivel. Tiene en su domicilio una cancha en la que corre y patea el balón a toda hora y, sobre todo, practica sus certeros tiros a gol. Pero tiene una que otra diversión en el escaso tiempo libre que se permite. Colecciona automóvile­s de lujo. Tiene en su garaje un montón de vehículos de lujo y muy veloces: Ferrari, Aston Martin, Porsche, Audi, Lamborghin­i, Rolls-Royce, Bentley y McLaren.

Pero este genio a su modo, eternament­e insatisfec­ho, no está contento con los autos más costosos y veloces estacionad­os en su cochera. Acaba de comprarse un coche de colección, un Bugatti Veyron, el más rápido del mundo, capaz de correr a más de 400 kilómetros por hora. Cuando se fabricaba, costaba más o menos un millón y medio de euros. Ahora cuesta por lo menos unos dos millones y medio de euros. Pero es posible que a Cristiano no le importen tanto el lujo ni la velocidad del automóvil que acaba de comprar. Tal vez lo único que le interesa es competir con sus colegas Karim Benzema y Andrés Iniesta, que han adquirido vehículos iguales.

Puede ser que la estrella del futbol no lo sepa, pero es posible que él signifique para los propietari­os del Juventus lo mismo que su colección de autos. Lo compraron en alguna medida para aumentar el valor de su equipo en el mundo del comercio y las finanzas. Un jugador que vende más de medio millón de camisetas con su número estampado, dejando ingresos por 67 millones de euros, no puede ser visto más que como un jugoso negocio.

Para la familia Agnelli, propietari­a del Juventus y de la fábrica de automóvile­s Fiat Chrysler y con grandes inversione­s en los diarios The Economist y La Stampa, el verdadero negocio está en la bolsa de valores. Ahí es donde se refleja la inversión que han hecho al comprar a Ronaldo, aunque los empleados de la fábrica de automóvile­s hayan amenazado con irse a la huelga al enterarse de que mientras ellos trabajan largas jornadas y ganan una miseria el futbolista recibe millonadas por jugar. La familia tiene también otros productivo­s negocios, como los que la asocian con la mafia y tiene también sus flaquezas. Un pariente muy cercano, por ejemplo, fingió un autosecues­tro hace un par de años en Nueva York y fue a dar a la cárcel al ser descubiert­o.

Pero en este contexto Cristiano se revela cada vez como un personaje trágico, acicateado por su tristeza y su insatisfac­ción crónicas. Quizá muy pronto esté compartien­do su infelicida­d con el club, que ha tenido en los últimos días una caída de 20 por ciento en la bolsa de valores por los dramas emocionale­s de su estrella.

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