Milenio Puebla

Porfirio Díaz. Rebelión y legitimida­d

- HÉCTOR AGUILAR CAMÍN hector.aguilarcam­in@milenio.com

En su mesa de noche, la noche en que murió, Juárez tenía el libro Coursd’histoire

des législatio­ns comparées. Entre sus páginas había dejado un papel con un apunte. El apunte decía:

“Cuando la sociedad está amenazada por la guerra, la dictadura o la centraliza­ción del poder, es una necesidad, como remedio práctico para salvar las institucio­nes”.

Vista la historia hacia atrás. Juárez habría tenido que reconocer que Porfirio Díaz fue el “remedio práctico” que él buscaba en los linderos de su agonía. Notable que aquella agonía personal estuviese tan puntualmen­te trenzada con su agonía por la dificultad política de la República y su dilema terrible: anarquía o dictadura, fragmentac­ión o centraliza­ción.

Ironías de la historia: en su momento de mayor legitimida­d, después del triunfo contra la Intervenci­ón y el Imperio, la República Restaurada (1867-1877) tenía un gobierno débil que todo mundo desafiaba.

La herencia de 10 años de guerras civiles era de una gran violencia dispersa en los caminos. Los pueblos y las comunidade­s se levantaban contra las leyes liberales que habían legalizado el despojo de sus tierras poseídas en común.

El Congreso bloqueaba una y otra vez al presidente Juárez, cuya impopulari­dad crecía por semanas. La política hervía de aspirantes a todos los puestos, empezando por la Presidenci­a de la República, siguiendo por el gabinete, las gubernatur­as, las jerarquías de Ejército y las efervescen­cias del poder local.

Y las elecciones no eran respetable­s. Todos y cada uno de los aspirantes a puestos públicos sabían qué elecciones eran alquimia del gobierno y que solo podían ganar si se allanaban o le ganaban al alquimista.

Los fantasmas paralelos de la ingobernab­ilidad y de la ilegitimid­ad recorren todo el horizonte político de la República Restaurada.

Producen una y otra vez inconformi­dades, rebeldías, alzamiento­s. Entre ellos, los dos de Porfirio Díaz: el del fracasado Plan de La Noria, en 1871, y el del victorioso plan de Tuxtepec, en 1876.

Las cosas estaban trenzadas de tal manera que quien quisiera llegar al poder legítimo, debía elegir el camino ilegítimo de la rebelión.

Porfirio Díaz habría de resolver ese dilema en las siguientes décadas, concentran­do el poder y establecie­ndo una especie dictadura, como había escrito Juárez en su última noche.

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