Empecemos por aceptar que todos somos tóxicos
C uando nos referimos a una persona tóxica, ¿a qué rasgos nos estamos refiriendo? ¿Es una persona negativa? ¿Es una persona que lastima? ¿Es una persona que roba energía? Nos empeñamos en creer que sí. Sin embargo, todos tenemos características tóxicas. Es decir, no podemos pasar la vida sin haber lastimado o robado la energía de alguien; especialmente de quienes más cerca están de nosotros, ¿verdad? Siendo sinceros, si hacemos una seria reflexión sobre las situaciones, sobre cómo actuamos y reaccionamos, podríamos aceptar que sí tenemos muchos de los rasgos “tóxicos” de los que hablan las revistas o las redes sociales.
Esto es porque somos humanos. No hay más. Somos humanos, cometemos errores, tenemos nuestros mecanismos de defensa y algunas ocasiones utilizamos lo que sabemos de otros para atacarlos cuando nos sentimos heridos. No podemos deslindar nuestra “humanidad” de ciertas reacciones primitivas o animales cuando nos defendemos. La araña no es un animal “malo”, sino un animal que ataca cuando se siente en peligro. Lo mismo pasa con el alacrán: está en su naturaleza sentirse amenazado y si tiene la oportunidad de picarte, seguramente lo hará. La única diferencia entre la araña, el alacrán y nosotros los humanos es el libre albedrío (la libertad de elegir cuándo atacamos a alguien) y la culpa (el sentimiento que nos surge después de lastimar a alguien).
Sin duda, existen personas que no sienten ningún tipo de culpabilidad o responsabilidad cuando atacan. Otros podemos sentir mucha culpa o responsabilidad, pero podemos sentirnos demasiado apenados para pedir disculpas o hacer algo para enmendar. Pero existen personas que tienen tanto miedo de conocerse y de defenderse que no atacan por temor a quedarse solos, a ser señalados o porque se victimizan. En cualquiera de los casos, existen características tóxicas como el exceso de autocontrol, la victimización, la desinhibición, la culpa y, sobre todo, la reacción.
Independientemente de en qué situación nos encontremos (o que hayamos cumplido todos los roles de la dinámica), sabernos humanos con errores y capaces de enmendarlos. Además, también podemos ir más allá y sabernos merecedores de corregir estos errores y de perdonar a quienes nos han lastimado. Esa es la verdadera diferencia entre lo que consideramos tóxico o no, pues cuando una araña o un alacrán nos pica, la forma en que eliminamos el veneno y tratamos la ponzoña hace la diferencia entre salvar un miembro del cuerpo o sanar más rápidamente. Es decir, el tiempo que mantenemos el veneno dentro de nosotros. Esto nos puede ayudar a sanar relaciones, a sanar nuestra mente, a liberar nuestras emociones y, claro, también a “bajarnos del pedestal” de bondad o superioridad moral en el que nos podemos subir de vez en cuando.
Las leyes de la naturaleza nos indican que ni la araña ni el alacrán atacan por atacar. Entonces, que dentro de cada conflicto existen dos partes responsables, no un “tóxico” y una “víctima”, sino dos personas en igualdad de circunstancias. Si podemos comprender esta lógica, entonces podremos comprender por qué algunas peleas o conflictos escalan hasta situaciones que pensamos incontrolables o sin retorno. Pero esto es un engaño, ya que estas dinámicas tienen solución en la medida en la que podamos madurar, poner en perspectiva la situación y regresar sobre los hechos de manera consciente.
Practiquémoslo. Nos leemos la siguiente semana.