El segundo aire de Elba Esther
Durante varios años trabajé en una universidad pública -formadora de profesores- cuya dirección se concentraba en una sola persona que confundía las actividades del puesto con la ejecución de caprichos personales, y que gustaba aplicar de modo autoritario y según sus creencias personales, la administración de la unidad educativa. Pese que dicho personaje, se presentaba como un pedagogo crítico que citaba recurrentemente a Freire, Mc Laren, Althusser y Bourdieu, en realidad era un manipulador, misógino y primitivo lumpen que solo establecía alianzas con quienes le ofrecían “fidelidad” y servilismo complaciente, ofertándoles a cambio; cargas académicas de tiempo completo, cubículos de trabajo, bonos, continuidad en su espacio laboral y hasta despedir a algún miembro de la institución que no se adaptara al estilo impuesto. Lo último que supe de este “maestro” es que, continuó su perversión hacia la política saltando como conejo de un puesto directivo a otro.
Ésta es la historia común de los líderes charros en los ámbitos educativos. Inician “enseñando” en las aulas, posteriormente pierden su inocencia política de la tutoría de caciques magisteriales y culminan paseando y desfalcando el erario por Saint Honoré, en París; por Notting Hill, en Londres o por Madison Avenue en Nueva York. ¿Qué habrá quedado de Elba Esther? ¿El recuerdo de la opositora de la Reforma Educativa de Peña Nieto? ¿La posibilidad de retomar el control político de la poderosa organización sindical, que también en parte resucita junto con ella? ¿La lideresa de un segmento magisterial que no se dejaba evaluar y menos auditar? ¿La irrupción de una nueva “consentida” que contrasta con la supuesta democratización sindical que promete Obrador? ¿O simplemente, la fantasía final de una dictadora de un sistema educativo en ruinas? Jamás he perdido la fe en la educación, la perdí desde hace décadas en los mercenarios que la convirtieron en un negocio particular.
En sentido estricto, la presencia de Elba Esther violenta la identidad institucional, invalida los avances que han permitido asignar cierto sentido a la función educativa “por mínimos que hayan sido- y no ofrece ningún marco de referencia pedagógico ni político para la genuina defensa de los derechos laborales ni para el diseño de una reforma educativa diferente a la avalancha ideológica y operativa marca “Aula neoliberal S.A de C.V” que gradualmente sustituyó un contrato colectivo de trabajo por contratos individuales regidos por evaluaciones punitivas.
Dedico esta columna a aquellos profesores que cada día les resulta más complejo intentar “enseñar” en esas aulas en donde los discursos burocráticos, eficientistas y de acreditación han terminado por invadir la subjetividad de estudiantes, directivos y administradores desde las oscuras entrañas de la bestia; el currículo. Dedico este texto a quienes saben abrir la boca enseñando, para nunca volverla a cerrar y cuya epifanía educativa haya sido reveladora y singular, igual que la de millones de profesores que invierten su vida en las aulas. A un educador se le puede eximir de muchas cosas, pero nunca de su obligación de pensar en el futuro.