Extrañoenemigo
Gilga vio esta serie de Televisa sobre el año mexicano de 1968, que dirige Gabriel Ripstein, y los capítulos restauran una época, recobran la memoria de ese año y retratan la clase política de ese tiempo con fidelidad perturbadora
G il dijo con voz conmovida en el amplísimo estudio: hemos sido tolerantes hasta excesos criticados, pero todo tiene un límite. No podemos permitir ya que se siga quebrantando irremisiblemente el orden jurídico como ante los ojos del mundo ha venido ocurriendo. Tenemos, la ineludible obligación de impedir la destrucción de las fórmulas esenciales a cuyo amparo vivimos.
A veces Gilga se pone muy serio e incluso intransigente y dispuesto a medidas terribles para que el mullido sillón permanezca en el amplísimo estudio, esto quizá lo revela como un conservador, un benzoato de sodio, que impide que se pudran los alimentos.
Gilga vio Extraño enemigo, la serie de Televisa sobre el año mexicano de 1968. La dirige Gabriel Ripstein. A Gilga le gustó; más aún, le parece muy buena. Los capítulos restauran una época, recobran la memoria de ese año y retratan la clase política de ese tiempo con fidelidad perturbadora. Ya sabíamos que Giménez Cacho era un gran actor, pero su transformación en Fernando Gutiérrez Barrios es sencillamente portentosa. No menos lograda es la representación de Díaz Ordaz, Corona del Rosal y Echeverría en el trabajo escénico de Hernán del Riego, Fernando Becerril y Antonio de la Vega. Restaurar Es verdad que el guión admite y promueve el error de que el movimiento estudiantil es producto de las pugnas políticas en los gabinetes diazordacistas. A Gilga no le importa, o le importa poco, el que quiera algo preciso y exacto de los hechos, lo puede conseguir en alguno de los libros clásicos del 68. En cambio, la serie busca reconstruir aquel tiempo, y lo logra. La música, soundtrack, como le llaman los críticos, es una maravilla, el cuidado histórico, las postales del 68 llevaron Gil a sus 11 años y a un departamento, a una calle, a una ciudad de la memoria. Salvo una actriz joven que habla como si hubiera salido de un antro hace cuatro horas, la recuperación es buenísima, de gran tino y realización. Oh, sí.
Gamés ignora los costos de esta producción, pero supone que fueron onerosos ( gran palabra). Gilga no se mete en camisa de 11 varas, pero imagina que si se hiciera una serie de este corte, clase, tipo, por década, el público tendría un cuerpo insuperable del siglo XX mexicano y nos olvidaríamos para siempre de La Familia Peluche.
La otra noche, insomne, preocupado, pleno de pensamientos nefandos, Gil prendió su televisión, qué dice Gil televisión, se refiere a su enorme pantalla de plasma con quien tiene una relación intensa aunque no erótica y vio la emisión de Clío sobre el año de 1968. El guión es históricamente perfecto y el acervo iconográfico impresionante. Por cierto, no hay que dejarle todo el terreno a Epigmenio Ibarra, que no lo hace nada mal. ¿Cómo ven a Gamés tirando línea de fuste y fusta? Credenciales
Insistamos: los críticos profesionales le dirán a Gilga hasta de lo que se va a morir, pero le gustó Extraño enemigo, y mucho. Gil ha visto televisión, mucha televisión. Gamés viene de ese tiempo en el cual Emilio Azcárraga Milmo era en su casa de Gil un héroe y un villano. Gilga vio ante sus ojos cómo creció Telesistema Mexicano. Todo puede ocultarse, pero mejor será iluminar el escenario: Gil recuerda a Genaro Moreno y Club
Quintito, al Tío Gamboín, La Pandilla, Don Gato y su Pandilla, Los Picapiedra, Los Tres Chiflados, TirolocoMacgrow, Leoncio el León y su fiel amigo Tristón, Speedy González.
Que nadie se mueva: Bonanza, El Agente de CIPOL, La Cuerda Floja, Manix,
Hawai 5-0. Y en el centro de la educación sentimental: La mentira, con Enrique Lizalde y Fanny Cano, la gran historia de Caridad Bravo Adams; Fallaste corazón, con Cuco Sánchez y Sonia Furió (ay, Sonia Furió), El amor tiene cara de mujer, de Valentín Pimstein: Silvia Derbez, Irma Lozano, Irán Eory (Gil se pone de pie), Lucy Gallardo, Javier Marc, Claudio Obregón, Jorge Ortiz de Pinedo. La vida era algo feliz, irrepetible.
Ahora mal sin bien: reconstruir esos años, esas décadas, sería uno de los grandes proyectos culturales y, además, un gran negocio. Ya, Gil dando consejos a los que sí saben del negocio, mejor vámonos a nuestras habitaciones.
Todo es muy raro, caracho, como diría Homero: Dejemos que el pasado sea el pasado. m