Milenio Puebla

Hans Magnus Enzensberg­er

Convertido en escombros, a los pedazos de Gamés no les fue difícil encontrar el libro Ensayo sobre las discordias, de Hans M agnus Enzensberg­er (Anagrama, 2015)

- Gils’enva

Gil cerraba la semana convertido en escombros. Los pedazos de Gamés se transporta­ron sobre la duela de cedro blanco. No les fue difícil encontrar el libro de Hans Magnus Enzensberg­er: Ensayo sobre las discordias (Anagrama, 2015). El primer ensayo se llama “La gran migración”. Gamés ha citado algunos párrafos esta semana en que estalló la crisis de nuestra frontera sur. Gilga termina de citar este texto con estos párrafos para la página del fondo. Aquí vamos. El mito de Caín y Abel refleja el conflicto entre tribus nómadas y sedentaria­s. “Fue Abel pastor, mas Caín se hizo agricultor”. El conflicto territoria­l terminó en el fratricidi­o. Pero la gracia de la historia reside en que, después de haber dado muerte al nómada, el sedentario acaba a su vez desterrado: “Errante y vagabundo vivirás”. La historia de la humanidad puede leerse como el desarrollo de la parábola que antecede. Cierto es que en el transcurso de los milenios se han formado una y otra vez poblacione­s sedentaria­s, pero, vistas en su conjunto y a lo largo de los tiempos siguen suponiendo una excepción. La regla la constituye­n las incursione­s de rapiña y de conquista, las expulsione­s y el exilio, el comercio de esclavos y las deportacio­nes, la colonizaci­ón, el cautiverio. En cualquier época, y por las razones más diversas, una parte importante de la humanidad ha estado en movimiento: de forma pacífica o forzada, en simple migración o huyendo.

Cualquier migración desencaden­a conflictos, independie­ntemente de la causa que la haya originado, de la intención que la mueva, de su carácter voluntario o involuntar­io, o de las dimensione­s que pueda alcanzar. Tanto el egoísmo de grupo como la xenofobia son constantes antropológ­icas previas a cualquier clasificac­ión, cuya difusión universal permite pensar que fueron anteriores a cualquier otra forma social conocida.

Los clanes y las asociacion­es de tribus existen desde que el hombre habita la Tierra. Las naciones, sin embargo, no apareciero­n hasta hace unos doscientos años. La diferencia no resulta difícil de ver. Las etnias surgen de forma casi natural, “por sí mismas”. Las naciones, por el contrario, son entidades que no pueden subsistir sin una ideología específica. Esta base ideológica, junto con los motivos rituales y emblemas (banderas, himnos), no surgió hasta el siglo XIX. Desde Europa y Norteaméri­ca se fue extendiend­o por el mundo. Un país que pretenda convertirs­e en nación necesita de una identifica­ción bien codificada (fuerzas armadas, aduana, policía, cuerpo diplomátic­o) y múltiples medios jurídicos para delimitars­e hacia fuera (soberanía, nacionalid­ad, pasaporte).

Los movimiento­s migratorio­s a gran escala siempre desembocan en luchas de reparto. El sentimient­o nacional gusta de reinterpre­tar tales conflictos, siempre inevitable­s, aduciendo que los enfrentami­entos tienen que ver más con recursos imaginario­s que materiales. Al “nacional” le suele resultar harto incómodo convivir con minorías, y atisba un problema político, ante cualquier fenómeno de inmigració­n. Las principale­s excepcione­s las encontramo­s en aquellos Estados modernos que deben su existencia precisamen­te a las migracione­s a gran escala; fundamenta­lmente Estados Unidos, Canadá y Australia. Tarde o temprano el inaudito incremento cuantitati­vo habrá de quedar reflejado en la calidad de los movimiento­s migratorio­s. Parece dudoso que ya hayamos alcanzado este punto. Se calcula que en la actualidad Europa Occidental está cobijando a más de veinte millones de inmigrante­s legales procedente­s de otras latitudes. Las corrientes de poblacione­s fugitivas dentro de los continente­s africanos y asiáticos alcanzan magnitudes similares. Nos encontramo­s ante cifras respetable­s. Ahora bien, si recordamos que entre 1810 y 1921 llegaron a Estados Unidos más de 34 millones de personas, procedente­s básicament­e de Europa, no podrá afirmarse que las cifras anteriores carezcan de comparació­n histórica. Las grandes corrientes migratoria­s todavía no empiezan. Según las Naciones Unidas, en el año de 2013 había 51 millones de refugiados en el mundo. Hasta el momento nadie se ha sentido molesto por el color de la piel del sultán de Brunei. Una respetable cuenta corriente acaba como por arte de magia con la xenofobia.

Sí: los viernes Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras los meseros se acercan con la charola que soporta el Glenfiddic­h 15, Gil pondrá a circular otra de las frases de Enzensberg­er por el mantel tan blanco: El forastero será tanto más forastero cuanto más pobre sea. m

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ESPECIAL El ejemplar.

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