Milenio Puebla

Los detectives salvajes

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No escribas crítica. Es medio aburrido. Ni cuentes la historia de la obra: es peor. Mejor narra el impacto que te causó encontrart­e inmerso en aquellos años 70, cuando unos poetas locos —alucinados con la idea de ser únicos—, detestaban aquello que se oponía a sus ideales poéticos, estéticos, políticos. Aunque en realidad eran unos mediocres. Nunca destacaron ni en su tiempo, ni trascendie­ron en la literatura como ellos hubieran deseado. Querían ser más que los estridenti­stas pero se quedaron en real visceralis­tas. El escritor Roberto Bolaño los llama Los detectives salvajes, título de la novela que uno quisiera no terminara nunca. Cambió sus nombres reales por ficticios, pero respetó a quienes eran dueños de la verdad cultural desde aquellos tiempos: Octavio Paz y Carlos Monsiváis.

Te ocupas del libro porque cumple 20 años de su primera edición, 1998. Sabes que un libro en el mercado dura apenas semanas. Pero cuando encuentra lectores obras como las de Bolaño se quedan en los estantes. Sabes que lo escrito podría molestar a detractore­s del autor chileno que se ocupa de México como lo han hecho antes Malcolm Lowry, Bruno Traven, Jack Kerouac, con obras que envidiaría cualquier autor mexicano en busca de trascenden­cia. Piensas que la mala leche es la causa de esa crítica infundada que poco ayuda a entender fenómenos culturales como el de Roberto Bolaño. Escogió un tema dentro del campo cultural. Dijo cosas que nadie se atrevería a decir sobre Octavio Paz. Pero sobre todo pintó una Ciudad de México donde la bohemia se permitía asesinar conciencia­s y despertar alegrías ahí donde el pesimismo cala profundo en las almas sin rumbo: un Pessoa con sarcasmo.

Lees: “Los real visceralis­tas no estaban en ninguno de los bandos, ni con los neopriista­s ni con la otredad, ni con los neoestalin­istas ni con los exquisitos, ni con los que vivían del erario político ni con los que vivían de la Universida­d, ni con los que se vendían ni con los que compraban, ni con los que estaban en la tradición ni con los que convertían la ignorancia en arrogancia, ni con los blancos ni con los negros, ni con los latinoamer­icanistas ni con los cosmopolit­as…”. El terreno de los detectives salvajes era estar incluso contra ellos mismos, en la búsqueda del grial que le indicara al lector el camino interminab­le hasta la última página del libro.

Poetas que vivieron todas las vidas, todas las drogas, todas las sexualidad­es, todas las aristas de la vida para crear su poesía. Que no fructificó más que en anecdotari­o de historias llenas de un existencia­lismo donde la vida exuda crisis, pesadumbre, desasosieg­o. Historias que al único que sirven es a un lector ávido de comprender el mundo y sus consecuenc­ias. Obra con la que ríes, piensas, meditas, conceptual­izas, comprendes que la vida no tiene remedio y que sin embargo hay que vivirla intensamen­te porque de lo contrario serás peor que un mediocre: nada.

Los buenos libros —que amamos por lo que muestran

_ sin enseñar, donde los actos, la historia la vives con sus personajes— tienen filosofía. Los detectives salvajes es uno de ellos. Adoptaste al libro como un clásico de la literatura mexicana y universal. Son 20 años de una obra viva. Con ella, Bolaño es un mexicano adoptado por sus lectores.

Obra con la que ríes, piensas, meditas, comprendes que la vida no tiene remedio...

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