Fernando del Paso
Fernando del Paso era dios y cuando tuve que encontrarme con él en un hermoso departamento de la avenida Insurgentes para conversar sobre la obra de teatro que había escrito sobre el poeta Federico García Lorca, tuve miedo. Terror a que su genio diera con mi ignorancia enciclopédica, a titubear a la hora buena, a hacer una pregunta torpe, reiterativa o profusamente cuajada de inepcia. Su presencia era intimidante y silenciosa, pero comenzó a abrirse de capa conforme iba transcurriendo una charla en la que ambos al final nos sentimos muy cómodos y confiados.
Era el hombre del que no podía decir que había cambiado mi vida con sus libros, pero que a través de José Trigo, Palinuro de México, Noticias del Imperio y demás piezas de su abrumadora bibliografía, al igual que muchos lectores más, encontré las herramientas para hurgar en las entrañas del mundo, que no es cosa menor.
Creía entonces que era un privilegiado y un conservador, pero conforme versaba sobre García Lorca supe que el gran escritor muy poco dado a elogiar escuelas, tribus o mafias culturales, tenía una vasta vena crítica, antisistema y revolucionaria en el más amplio sentido del término. Algo que quedó en evidencia en sus agrios y fuertes señalamientos contra los gobiernos priistas y panistas a los que con frecuencia miraba con desprecio debidamente documentado.
Su look de los últimos tiempos era sensacional, con su atuendo, peinado y gafas del rockstar que ciertamente era.
De estar con vida, sin duda don Fernando estaría ahora muy consternado porque la justicia española reabrió el caso de Humberto Moreira de la Moreiriña acusado de lavado de dinero. Y, por supuesto, se habría alegrado del tuit de mi licenciado Peña donde
_ lo llena de elogios y lamenta su fallecimiento, él, que sin duda debe haber leído sus libros y hasta debe saberse pasajes de memoria. Lástima que no de recetas para gobernar.
La gran aportación de Fernando del Paso con la palabras escrita nos enseñó a leer y no a “ler”.
Su gran aportación con la palabra escrita es que nos enseñó a leer y no a “ler”