Milenio Puebla

El hombre que susurraba a los jugadores

- JOSÉ RAMÓN FERNÁNDEZ GUTIÉRREZ DE QUEVEDO

Maradona confirma que existe una fórmula exitosa, aunque efímera, para dirigir: convierte equipos que parecían corrientes, en equipos de moda. Evitando crear tendencia, lo cual es más difícil, logra que un grupo de jugadores sin memoria histórica, corran el riesgo de volverse inolvidabl­es. En ese pedazo del tiempo entre lo fugaz y lo clásico, se encuentra esta versión sinaloense, un cuadro al que le separan tres partidos de heredar un apellido de época: los Dorados de Maradona.

Con esa mano izquierda, propia de un zurdo prodigioso, demuestra que es más importante controlar el vestidor, que dominar el juego: basta con verlo marcar ese paso “cumbianche­ro” en el casillero después de una victoria, para comprobar quien pone el ritmo y el alma en el equipo. Ningún partido dirigido por Maradona ha dejado tiza en la pizarra, nada le identifica más allá del impacto que causa en sus jugadores, pero sobre todo, en sus rivales. Incapaces de vencer a un cuadro canchero que plantea el juego como una lucha por sobrevivir en un mundo sin balón.

Con escaso margen de futbol destaca en una división donde la justicia y solidarida­d, alcanzan para buscar el título. La igualdad que impone Maradona a sus jugadores es una propiedad difícil de encontrar en estos tiempos: por encima del DT no hay nadie, quizá Messi, cuando se retire. Esa ventaja que ofrece su particular leyenda, le permite influir, todavía, en jugadores que nunca le vieron jugar. Ningún integrante del plantel de Dorados había nacido cuando Maradona estaba

_ en el pináculo de su carrera. Sin tener esa conciencia “maradonian­a”, los muchachos le creyeron. Encontraro­n la fe en un hombre que les susurraba al oído un código perdido en túneles de estadios, y que sin importar los años, es trascenden­tal: sacrificio, compañeris­mo y humildad.

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