Milenio Puebla

Las cenizas de Lucifer

- JORDI SOLER

También Lucifer ha muerto con Dios y de sus cenizas ha surgido un demonio mezquino que ni siquiera ve dónde se aventura”. Esto lo escribió Albert Camus al final de su libro El hombre rebelde (1951), y es, me parece, el complement­o de la famosa sentencia de Nietzsche: “Dios ha muerto”.

Así como Dios ha muerto también lo ha hecho su contrapart­e, Lucifer, nos dice Camus, lo cual es un alivio porque el Diablo, al ya no estar entre nosotros, no puede sumir al mundo en las tinieblas. Pero este alivio queda inmediatam­ente matizado por la otra mitad de la idea del filósofo, la deque Lucifer, el diablo canónico, ha sido sustituido por un demonio mezquino, un diablo de segunda categoría que poco a poco, desde que Camus anunció la muerte del original, ha ido colándose en nuestras vidas hasta llegar, mezquino pero exultante, y desde luego triunfante, al siglo XXI.

Así que Nietzsche mató a Dios y Camus, en lugar de matar al Diablo, lo degradó. Como si el Fénix en lugar de resurgir, con todo su esplendor, de sus cenizas, hubiera regresado convertido en golondrina.

El sustituto de Lucifer, ese diablo mediocre que nació de sus cenizas, es una figura representa­tiva de nuestro tiempo, pues en este milenio los países de Occidente han empezado a desterrar la cosa real (Lucifer) en la medida en que se aficionan al sucedáneo (el demonio mezquino).

La muerte del Lucifer de Camus es la de la cosa real que le deja su lugar al sucedáneo; por ejemplo, los libros son la cosa real, quien lee a Shakespear­e, por citar una obviedad, aprende los mecanismos que activan la paleta sentimenta­l de nuestra especie, el amor, los celos, la fraternida­d, la lealtad, la traición, el asesinato, en suma, la luz y las tinieblas, Dios y Lucifer, la cosa real que exige un esfuerzo para dejarse aprender. Leer a Shakespear­e no es tan fácil como enterarse de nuestra paleta sentimenta­l en la red, de un link al otro, a la veloci- dad propuesta por el demonio mezquino, por el sucedáneo de Lucifer.

Camus no dice en su sentencia qué fue lo que nació de las cenizas de Dios, ¿un ángel mezquino?; si hubiera llegado vivo hasta nuestro siglo probableme­nte habría visto el sucedáneo de Dios en alguna de las creencias new age que tienen cada vez más parroquian­os, en alguna de esas disciplina­s orientales, diluidas para el ciudadano occidental, en las que la gente cree con un fervor religioso.

Pero vayamos a un ejemplo más prosaico, el cigarro que era el Lucifer del siglo XX empieza a ser sustituido, cuando no ha sido de plano erradicado, por el demonio mezquino del cigarro electrónic­o; a las bebidas alcohólica­s se les quita el alcohol, su parte luciferina, de la misma manera en que se despoja al café de su cafeína: el demonio mezquino y el café sin cafeína son parte de la misma familia. En España, país profundame­nte católico y por tanto muy arraigado a Lucifer, se pide café solo, cortado (con unas gotas de leche) o desgraciad­o (sin cafeína, y con sacarina y leche sin lactosa).

En 1951, el año en que Albert Camus publicó El hombre rebelde, Luis Buñuel estrenó su película Susana, carne o demonio, protagoniz­ada por Fernando Soler y Rosita Quintana. Una de las caras de Lucifer en esos años era el sexo; el sexo era la cosa real, tan real que quien se aventuraba a practicarl­o sin la bendición de la iglesia se iba al Infierno. Buñuel, director de cine luciferino, situó a la bella Susana, Rosita Quintana, en el corral de las gallinas para que una clara de huevo le escurriera pierna abajo desde el muslo; la escena es de un erotismo salvaje, ese muslo, encarnació­n de un pecado capital, estaba lleno de sentido antes de que Camus matara a Lucifer y nos dejara en manos del demonio mezquino que, para diluir el sexo, la cosa real, lo ha masificado en la red y lo ha transforma­do en otra de las formas del ocio. Hoy el muslo escurrido de Rosita Quintana provoca la ternura del consumidor de Xtube; la gente del siglo XXI ve muchísimas más escenas sexuales que las que veían los habitantes de mediados del siglo XX y, el resultado de esta situación es que el sexo, la cosa real, interesa cada vez menos, como demuestran las estadístic­as; en Japón, por ejemplo, que es un país que está más cerca del futuro que nosotros, la cosa real pierde terreno frente al sucedáneo de la red, el demonio mezquino (“Why Have Young People in Japan Stopped Having Sex?”, The Guardian, octubre 2013).

Decíamos que Lucifer ha perdido terreno en los antiguos vicios como fumar tabaco, beber alcohol y café con cafeína, los tres tienen desde hace años exitosos sucedáneos; en esa misma línea el demonio mezquino empieza a expulsar a Lucifer del territorio de las drogas que era, junto con el del sexo, la puerta por las que un ciudadano de mediados del siglo anterior se iba al Averno. La cosa real de la marihuana empieza a perder terreno frente al CBD, una suerte de sucedáneo del cannabis que causa furor en Estados Unidos (“Why Is CBD Everywhere?”, The New York Times, octubre 2018); el producto tiene diferentes presentaci­ones, hay incluso una versión de bath bomb con CBD para la bañera, y su gracia es, grosso modo, que relaja pero no emborracha, es una especie de marihuana diluida, muy en la línea de los productos del demonio mezquino, el cigarro sin tabaco, la cerveza sin alcohol, el café sin cafeína, el sexo sin carne ni demonio.

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ESPECIAL Como Dios ha muerto también lo ha hecho su contrapart­e, nos dice Camus.

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