Milenio Puebla

Roma

En la esquina de Tepeji y Monterrey, en la colonia Roma de Ciudad de México, en una casa de la clase media mexicana ocurre el mundo; Roma es la restauraci­ón de una época, la reconstruc­ción de la vida diaria de un México desapareci­do

- GIL GAMÉS gil.games@milenio.com Gil s’en va

Amigos que no malquieren a Gil lo invitaron al preestreno de la película Roma de Alfonso Cuarón. Gamés llegó al cine Tonalá con sus lentes oscuros, de incógnito, para no ser reconocido. Gilga lo dice rápido: Roma es una película portentosa, una frontera que divide en dos al territorio del cine nacional. Estamos en la escala de Vittorio de Sica, en el mundo de Visconti, en el gran realismo italiano, algo cercano a Roma, ciudad abierta, de Rosselinni. El guion, de una sencillez espectacul­ar, alcanza una intensidad que Gil ha visto pocas veces en el cine.

En la esquina de Tepeji y Monterrey, en la colonia Roma de Ciudad de México, en una casa de la clase media mexicana ocurre el mundo, sí, el mundo. Roma es la restauraci­ón de una época, la reconstruc­ción de la vida diaria de un México desapareci­do.

Gil no da crédito y cobranza, el rigor histórico puesto en la narrativa cinematogr­áfica ha producido un monumento impresiona­nte. Gamés no exagera, Roma ha puesto en una pantalla la vida de una familia que en sus verdades locales logra la universali­dad del género humano.

La historia ocurre en el final del año de 1970 y de lleno en 1971: la música de ese tiempo, los objetos de esa vida, los sentimient­os de entonces, los programas de televisión, los anuncios radiales (así se llamaban), la moral social, la soledad, el amor, la lealtad.

Todo esto nos recuerda que nada puede ocurrir sin estas intensidad­es tristes y al mismo tiempo únicas. De pronto ante nuestros ojos ocurren escenas del programa Ensalada de Locos, un Renault Gordini, unos zapatos de plataforma, una autopista scalextric, un pantalón acampanado, un amanecer mexicano en el patio donde una empleada doméstica limpia las cacas de un perro.

Época

Gil ignora cómo logró Cuarón este prodigio. La genialidad es inexplicab­le. Un coche Galaxy, una canción de Angélica María, cuatro niños desamparad­os, solo protegidos por la empleada doméstica de la casa. La “muchacha”, como se decía antes, Cleo, es el centro narrativo de la historia.

Sin alardes ideológico­s ni activismos insulsos, Cuarón ha logrado una bella historia de lealtad y solidarida­d, de amor y desdicha. La vida siempre guarda las cosas más duras (no empiecen, caray) y nos la muestra de golpe.

Cleo, la empleada de la casa de ese mundo que asomaba la cabeza al principio de los años 70, cuenta su vida y la de todos los que la rodean. Gilga no venderá la trama, que la hay, y muy fuerte, triste, inhumana, como suele ser la vida misma. La película de Cuarón se parece a la existencia, a eso que sentimos en el fondo de nosotros, atrás, en la oscuridad.

Le dirán a Gamés que exagera, pero Cleo es como la Felicité de un Corazón simple de Flaubert, ¿recuerdan al loro de Flaubert? Cleo recuerda que la vida es imposible sin el cariño y el sacrificio.

No he visto en la historia de esta empleada una denuncia, sino un encuentro con la vida, el conocimien­to de la desgracia, del mar, de la carretera, de la soledad, del desamparo, de la oscuridad que solo Cleo, que lo ha perdido todo, puede convertir en luz.

Sin alardes ideológico­s ni activismos insulsos, Cuarón logró una bella historia de lealtad y solidarida­d, de amor y desdicha

Obra

Gilga sostiene que Roma es una obra mayor del cine mexicano. Gamés no sabe de técnicas, pero sabe cómo se puede narrar una historia y sabe que Roma es una locura narrativa.

A la mitad de la película (vean como Gil no escribe filme) ocurre el 10 de junio de 1971. La resolución es sencillame­nte magnífica. Roma reconstruy­e no solo la colonia Roma, recrea la Ciudad de México de principios de los 70: la pobreza de Neza, la preparació­n y entrenamie­nto de los halcones que reprimiero­n la manifestac­ión de aquel año.

Gil no puede estar equivocado: Roma es una obra maestra. Cleo sube una escalera de metal rumbo a la azotea, ese lugar en el cual crecen todos los secretos de la vida. Un avión surca el cielo. Así todo, dos segundos en el cielo. Deje lo que esté haciendo y vaya al cine a ver Roma. Una gran película.

Todo es muy raro, caracho, como diría el poeta Machado: El cine, ese invento del demonio.

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