Milenio Puebla

Dejar de ser los hijos de nuestros padres

- MARIELA SOLÍS mariela.soro@gmail.com

Mientras vamos creciendo, nos vamos llenando de apegos, de miedos e insegurida­des. La educación que nos dan nuestros padres viene acompañada de una carga emocional y de la forma que, a su vez, ellos fueron criados cuando niños. Sus miedos se reflejan en nosotros y vamos moldeándon­os mientras crecemos con ciertas creencias, prejuicios, formas de hacer las cosas e, incluso, de organizar nuestra vida y tiempo. Muchas veces, estas dinámicas pasan de generación en generación sin darnos cuenta y otras se trasmiten como “tradición”.

Esto puede no causar ningún problema a la mayoría de las personas cuando son adultas; no obstante, para otras muchas, la vida adulta revela mucha de esta “herencia” como conflictos y empiezan a afectar la forma en que se relacionan y hasta cómo trabajan y cuánto ganan. Las parejas que elegimos o la manera en que elegimos una pareja tiene que ver con nuestra relación con nuestros padres y el tipo de crianza que hemos tenido al crecer; y esto, a veces, no se manifiesta de forma consciente. Entonces, cuando surge un conflicto intentamos resolverlo como nuestros padres nos enseñaron.

Esto origina que las cosas empiecen a suceder más despacio e, incluso, se “obstruyan” en nuestra vida. ¿Han notado cómo tenemos épocas en las que todo nos va mal, donde nos sentimos especialme­nte poco comprendid­os, solos o hasta inútiles? Esos momentos son llamadas de atención para nuestra mente, cuerpo y espíritu. Algo nos está diciendo que debemos de revisar estas herramient­as y modificarl­as.

Estas “crisis existencia­les” son, al contrario de lo que se pueda pensar, una verdadera bendición para nuestras vidas, pues nos ayudan a ver que es momento de madurar y de ser plenos, felices, autónomos y de encontrar nuestro propio camino. Recuerden: no todas las personas tienen la suerte de entrar en conflicto con viejas formas o patrones, por lo que siguen repitiéndo­las hasta el último día de su vida. Es decir, no crecen, no evoluciona­n. Los que sí experiment­amos estos momentos de conflicto somos bendecidos con el poder de decisión de hacia dónde queremos seguir con nuestras vidas. Esto nos ayudará a no repetir con nuestros hijos los patrones heredados, evitándole­s estos mismos conflictos a futuro. Aquí, no quiero emocionarl­os, pero sus hijos tendrán otros conflictos que deberán resolver, y eso formará parte de su vida adulta, algo que no podremos controlar como el horario de su comida, o los permisos que les otorgamos.

Entonces, se trata de encontrar los momentos precisos en los que la vida nos está llamando a retomarla y a revivirla. Es momento de madurar y de crecer, de transforma­ción, sanación o liberación. El conflicto significa que nos hemos dado cuenta de que algo puede estar siempre mejor.

Los invito a analizarse cada vez con más detenimien­to, con mente y corazón abiertos. A preguntars­e qué es lo que los detiene para ser plenos, progresar, tener una pareja, tener éxito, cambiarse de ciudad. Qué es lo que les provoca miedo o incertidum­bre y empezar a trabajar sobre eso. Estoy segura que se maravillar­án con los cambios que pueden provocar, tan solo por empezar a entenderse a ustedes mismos y el mundo que les rodea.

Nos leemos pronto.

El conflicto significa que nos hemos dado cuenta de que algo puede estar siempre mejor

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