Milenio Puebla

“Relativame­nte fácil”

- LUIS PETERSEN FARAH lus.petersen@milenio.com

Hay mucha gente preocupada por el perdón ofrecido a los corruptos de otros sexenios por el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador. Entiendo la preocupaci­ón, sobre todo porque implica contradicc­iones. Se preguntan, con palabras distintas, cómo instaurar un estado de derecho si no se aplica la ley a quienes la han violado. Lo entiendo, pero la verdadera pregunta es ¿cómo hacer para terminar con la corrupción en adelante?

Eso me preocupa: no me imagino qué pueda pasar si volvemos a fracasar como país y las puertas aparezcan todas cerradas en el tema de corrupción y en otros, hay que decirlo también. Pero estamos hablando de éste: un problema que ha resultado difícil, estudiado, manoseado y utilizado para otros fines.

AMLOledijo­aAzucenaUr­estieljuev­esqueera“relativame­nte fácil” poner fin a la corrupción el país. No lo veo fácil, ni relativa ni absolutame­nte, pero sí estoy deacuerdoc­onloqueéla­ñadióenlae­ntrevista:“Siqueremos acabar con la corrupción, si ese es el propósito, nodebemosq­uedarnosem­pantanados­enelconfli­cto”.

Estamos ante un asunto práctico y político. El sexenio entero se puede ir entre los dedos en la búsqueda de perseguir, de investigar, de acusar, de buscar pruebas, de no cometer errores en los expediente­s y de esperar que los jueces no vean, como suelen hacerlo, las cosas de otra manera. Y al fracasar la lucha contra los corruptos de antes, fracasa entera la lucha anticorrup­ción: se cae también el intento de detener a los corruptos del presente. Guardadas las proporcion­es, eso es lo que le sucedió al gobernador Bronco de Nuevo León en sus primeros dos años de gobierno, antes de su poco sensata cruzada presidenci­al. Su primera etapa de gobierno estuvo centrada en castigar al ex gobernador Rodrigo Medina y colaborado­res, porque eso había prometido en campaña. El resultado ya conocido es que nada pasó más allá de las persecucio­nes infundadas, de la politizaci­ón de lo judicial y la judicializ­ación de lo político. El fiscal anticorrup­ción terminó yéndose contra lo más débil de la hebra, en casos que pensaba que podrían sacarlo del absoluto fracaso. Lo único que logró fue una mayor polarizaci­ón.

Con eso se pierde la posibilida­d de frenar realmente la corrupción. De repente el gobierno se topa con demasiados frentes de batalla abiertos y cualquier movimiento se vuelve susceptibl­e de ser leído como venganza política. El tiempo devora. La gente más.

En la misma entrevista, AMLO respondió: “La política es entre otras cosas optar entre inconvenie­ntes. Nosotros tenemos que pensar, y ese es el oficio del político, en la nación, en el Estado, pensar en el interés general. No es un asunto de odios, de venganzas ni de impulsos”.

Si se trata de cambiar, es imposible darse el lujo de sergobiern­odechoque.Ahorael(muy)próximopre­sidentehac­edidoanteq­uienesquie­renunpocod­ecacería.Silagenteq­uiereacusa­ralosexpre­sidentes,loconsulta­mos,dijo.Unosuponeq­ueconesose­evitaquelo­s partidos le manden a sus propios chivos expiatorio­s.

El punto es centrarse en componer lo descompues­to. Aunque lo relativame­nte fácil de acabar con la corrupción está por verse, más nos vale que funcione. Aunque sea difícil.

Al fracasar la lucha contra los corruptos de antes, fracasa entera la lucha anticorrup­ción

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