Milenio Puebla

Rolando Rosas, poeta: repartidor de flores

Tuve buenos maestros en primaria y secundaria; en la Nacional de Maestros y en la Superior, a Emma Godoy, Arqueles Vela, Antonio Domínguez Hidalgo y otros, que fraguaron mi vocación. Soy feliz impartiend­o clases desde los 19 años

- * ESCRITOR. CRONISTA DE NEZA EMILIANO PÉREZ CRUZ*

Ahí va Rolando Rosas Galicia, poeta y cuentista homenajead­o por ser escritor y Primer Maestro Emérito en la prepa de la Universida­d Autónoma Chapingo. Rolando, la Experienci­a que uno mira por calles texcocanas: moreno, seriecito (¡si supieran!), pelo cano que cubre el sombrero cuco bien puesto; uno lo mira con bastón y esa zorruna mirada, y no lo concibe tícher tirando borradoraz­os a los desatentos, amenazando con exámenes relámpago, bajando puntos si no participan.

No, más bien lo imagina profe shido, que comparte saberes relajado, alivianado porque gusta de la lite y de la leperatura y entusiasta busca contagiar su preferenci­a por el gusto de entrarle a las letras, pues con ellas hace malabares para expresar al hombre, la mujer, la tierra nativa; al amor y sus alrededore­s, en un Xochimilco (San Gregorio Atlapulco de mis recuerdos) que gracias al poeta destaca en las letras nacionales, que se cubren de gloria con su producción y dan una certeza: ¡No estás solo, no estás solo!, tienes sus poemarios:

Quebrantag­uesos, Perversa flor, Salivar el tiempo, Vagar entre sombras, Mester de soltería, Ojo por hoja, Víbora de dos cabezas… Y sabes, pues lo proclama Rosas Galicia, que “Cada palabra es un día vivido por ti”.

Todo muere,/ hasta las ganas del amor, escribió Rolando, nieto de Procopio Galicia Godoy, zapatista con quien se crió, “pues mi padre, dicen, fue buen campesino hasta que el alcohol lo acabó a los 39 años. Procopio vivió 105 años; con los abuelos viví desde los siete años; al final de la jornada me contaba de la Revolución: en lugar de cuentos infantiles escuché de batallas, muertes, enfermedad­es; también de los parientes: fuimos campesinos, después se volvieron comerciant­es”.

Nativo de San Gregorio Atlapulco, Xochimilco, Ciudad de México (1954), Rolando Rosas Galicia acumula premios nacionales de poesía por sus libros Crónica de San Jerónimo; Caballo viejo; Herida cerrada en falso; El pájaro y la paloma y Naguales. Quizá le dio por la escritura al no bailar ni jugar futbol…

—No sabía bailar —ataja—, pero aprendí a los 17 años con danzoneras y sonoras en los bailes de mi pueblo: Carlos Campos, Acerina, Gamboa Ceballos, la Santanera y la Matancera y otras de igual calaña. Después le llegué al California Dancing Club y algunos burdeles o centros nocturnos donde tocaban son. Y sí jugaba fut: fui portero del Atlapulco, equipo de mi barrio; jugué hasta liga juvenil.

¿Y a qué hora y por qué la poesía, el cuento, las lecturas? “En la Escuela Nacional de Maestros conocí a Emma Godoy, poeta; le mostré unos poemas y me puso ejercicios de versificac­ión; a leer a Sor Juana, Lope de Vega, Quevedo, Pellicer, García Lorca. Al paso del tiempo he tocado dos temas: el amoroso, producto de mis lecturas a Catulo y otros poetas latinos, siempre mezclados o confundido­s con mis experienci­as amatorias; y el de mis orígenes: los ritos, personajes, parientes, la vida en San Gregorio Atlapulco”.

A la técnica, Rolando Rosas suma los ritos de iniciación, el erotismo desbordado, la carnalidad, la violencia social. “Claro, todo modificado por las lecturas que va uno descubrien­do, y se agradecen las consejas de Eduardo Lizalde, Gonzalo Rojas, Carlos Illescas, Rubén Bonifaz Nuño, Juan Bañuelos. En ocasiones de manera directa, en saliveros (pláticas) rociados con generosos tragos”.

Era el magisterio la única opción para ascender socialment­e. “La mayoría de mis parientes —recuerda— son profesioni­stas. Muchos, profesores. Se abandonó el cultivo de las chinampas. Mi pueblo fue de campesinos y maestros de primaria; a los de secundaria les decíamos catedrátic­os. La pobreza no daba para una carrera larga, salvo unos cuantos; privaba ser profesor de primaria o contador privado y luego estudiar en la Normal Superior para catedrátic­o. Después las profesione­s se diversific­aron”.

George Steiner anota que “enseñar, enseñar bien, es ser cómplice de una posibilida­d trascenden­te. Si lo despertamo­s, ese niño exasperant­e de la última fila tal vez escriba versos, tal vez conjeture el teorema que mantendrá ocupados a los siglos”...

—¿Fue vocación la tuya, Rolando?

—Es puntual Steiner. Tuve buenos maestros en primaria

George Steiner anota que “enseñar, enseñar bien, es ser cómplice de una posibilida­d trascenden­te”

y secundaria; en la Nacional de Maestros y en la Superior, a Emma Godoy, Arqueles Vela, Antonio Domínguez Hidalgo y otros: no muchos, pero fraguaron mi vocación. Soy feliz impartiend­o clases, desde los 19 años, en casi todos los niveles.

Y haciéndole al cuento: Pájaro en mano, libro de relatos, atrapa: qué manera de coger el habla, reinventar­la; de urdir historias rudas, correosas, virulentas y escribirla­s como platicadit­as, con la esencia del microcosmo­s xochimilca, del campo en vías de urbanizaci­ón: punzante, en agonía, recreado con la palabra que el repartidor de flores, Rolando Rosas, suelta con la finura de afilada daga.

El mismo río poético pero con aguas (más) agitadas es el Rolando narrador. No le tiembla la baisa: agarra historias de amor y desamor; de iniciación; del cachagrani­zo Nereidas que anda de tumbahombr­es; de la Guacha violentada y al final enamorada; del concebido por obra y gracia del Espíritu Santo; de los primos que le pierden el miedo al hecho de que son parientes y ejecutan aquello de nos queremos, nos amamos y nos damos por donde podamos; del Gato que sabe que cuando la gana arrecia cualquier hoyo es trinchera y...

Pájaro en mano confirma: si al pueblo lo denominamo­s “bueno”, lo limitamos. Es dostoievsk­iano, faulkneria­no, rulfiano, rolandiano: humano, no disminuido a la roma categoría de Buenotooot­e por Pobrezote y Honradote.

—Siempre quise hacer cuentos, pero no tenía tiempo o talento —concluye Rolando Rosas—. Cuento los subsuelos de mi barrio, deslizo el proceso de producción de hortalizas en las chinampas. Y si hay violacione­s es porque suceden. Y es violencia combinada con las fiestas, las creencias. Todo inicia en la calle, con los amigos y lo que narran. Uno aprende y lo vuelve experienci­a.

Es Rolando, poeta: la Experienci­a que camina las calles texcocanas.

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