Milenio Puebla

El fin de la imaginació­n

- EDUARDO RABASA

Cuando hace unas pocas décadas se proclamaba el fin de la historia, plasmado políticame­nte en la democracia de libre mercado, una de las múltiples implicacio­nes era que la participac­ión política a nivel masivo consistirí­a en modelar a los votantes a partir de los consumidor­es, en el sentido de que se elegiría a los gobernante­s según una especie de análisis racional de la convenienc­ia personal de optar por alguna de las diferentes alternativ­as.

En la academia gringa incluso se crearon modelos matemático­s donde mediante cálculo diferencia­l se creía demostrar que la organizaci­ón óptima pasaba por el ejercicio individual del egoísmo, pues de alguna manera un tanto mágica, supuestame­nte ello conduciría a un resultado socialment­e idóneo.

En los hechos ocurrió que buena parte de las sociedades occidental­es terminaron siendo regidas por élites tecnocráti­cas cuyo estricto apego a la ortodoxia y la racionalid­ad produjeron no solamente sociedades cada vez más desiguales, sino que precisamen­te la frialdad y la indiferenc­ia de la clase gobernante la desconecta­ron a tal grado de los ciudadanos comunes y corrientes, que en muchos casos han optado por sumarse a opciones o movimiento­s abominable­s, casi más como venganza contra el establishm­ent gobernante que por verdadera convicción sobre las opciones elegidas.

Ahora que es claro que las pasiones y las vísceras forman una parte integral de la discusión política, valdría la pena no continuar cometiendo el error de simplement­e menospreci­arlas, o seguir pensando que un cierto tipo de pensamient­o único con aires de superiorid­ad continuará siendo capaz de determinar el rumbo a seguir.

En el fondo, quizá entre varias cosas nos enfrentamo­s a un problema de falta de imaginació­n, de una cierta incapacida­d por concebir formas de organizaci­ón distintas, que produjeran resultados distintos, por lo que es más fácil denostar e insultar al enemigo, pues así se evita la fatiga de tener que proponer alternativ­as viables al desastre actual.

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