Soy un jalisciense
Acaso haya aspirado a serlo desde un momento temprano de mi infancia chilanga –no porque renegara de mi ciudad natal, cuyo fragor cosmopolita me vivifica, sino porque me enamoré de Guadalajara como uno se enamora de Londres, de Nueva York, de Estambul y de muy pocas ciudades más–, seducido por el ligero y cercano exotismo del birote y la carne en su jugo, fascinado por el habla de quienes ocupan con urgencia y cucan por malicia, sambitateado por las historias que me contaran –ya en los libros, ya en persona: raro privilegio– Juan José Arreola y Fernando del Paso, admirativo ante esa otra manera de ser mexicano, tan distinta a la capitalina pero tan igualmente urbana, a un modo sin embargo más cauto, más enigmático, acaso más espiritual. (Idea para una adaptación tropicalizada de Los tres mosqueteros: Aramis como charro alteño).
Es un amor renovado a lo largo de décadas cuando al menos año con año, en la indispensable cita a esa Feria Internacional del Libro que me ha acogido y me ha visto crecer (espero) mientras yo la he visto irradiar –al Festival de Cine y al Conjunto de Artes Escénicas, a los proyectos de arte contemporáneo y diseño, a la gastronomía reinventada y la artesanía reconcebida y la arquitectura eterna– la visión para erigir Guadalajara en la otra capital cultural del país, nuestro Chicago, nuestro Medellín, nuestro Montreal.
Esta semana, sin embargo, mis ganas de ser jalisciense han conocido su apogeo tras la valerosa defensa pública del federalismo que ha hecho el gobernador electo Enrique Alfaro, opuesto a que un régimen a todas luces desdeñoso del estado de derecho instaure autoridades paralegales para definir las políticas presupuestales y de seguridad de las entidades, y al refrendo de esta postura contenido en el discurso de Raúl Padilla en la inauguración de la FIL. Fue así que descubrí que, sin saberlo, era ya jalisciense, como lo son tantos mexicanos. Que –permítaseme la paráfrasis en tiempo y lugar de tanta incertidumbre política como la del Berlín de Kennedy– todos los hombres y mujeres libres, vivan donde vivan, son ciudadanos de Jalisco. Y yo, en tanto hombre libre, me honro en las palabras “Soy un jalisciense”.
Valerosa defensa del federalismo hicieron Enrique Alfaro y Raúl Padilla