Milenio Puebla

Black Friday para mendigos

- JORDI SOLER

La noción de que las actividade­s deseables son aquellas que producen beneficio económico lo ha puesto todo patas arriba”, advierte el filósofo Bertrand Russell en uno de sus ensayos (In praise of idleness). Ahí nos cuenta el filósofo de un viajero que en Nápoles se encontró a 12 mendigos echados en una plaza tomando el sol. El mendigo, igual que el trabajador, se toma un descanso después de producir el dinero que necesita para sobrevivir dentro del sistema económico, con la diferencia de que el mendigo, al necesitar menos dinero, porque tiene menos gastos que el trabajador, trabaja menos. Digamos que el mendigo consume lo que produce, la moneda que le da el trabajador se convierte inmediatam­ente en un pan, en un cigarro o en una cerveza.

El ciclo económico de uno de esos mendigos que estaban echados en una plaza de Nápoles tomando el sol, es cristalino: consume lo que produce, a diferencia del trabajador que, con frecuencia, consume más de lo que produce o, cuando menos, consume más de lo que necesita o, directamen­te, consume lo que no necesita. En ese ciclo individual de producción y consumo está montado el Black Friday, una fiesta pagana que no afecta a los mendigos. Antes de ponerme a destripar esta fiesta oscura (lo de black no es casual), termino la historia que nos cuenta Bertrand Russell. En cuanto llega a esa plaza de Nápoles, el viajero hace una oferta a la docena de mendigos que están echados tomando el sol, les dice que va a dar una moneda al más perezoso de todos; los mendigos se levantan inmediatam­ente y se abalanzan sobre el viajero que tiene la moneda en la mano, se levantan todos, menos uno que se queda ahí tirado tomando el sol y que es a quien el viajero entrega la moneda.

Decíamos que el black del Black Friday apela a la oscuridad de la fiesta, aunque hay quien sostiene, de manera piadosa, que el black se refiere a los números negros que representa­n las ganancias, frente a los ro- jos que representa­n las pérdidas. ¿Quién gana con el Black Friday? Los grandes negocios, que de por sí son los que siempre ganan, y las personas muy organizada­s que quieren, por ejemplo, cambiar su teléfono en febrero, y se esperan a noviembre para comprarlo más barato. Pero una buena parte de la sociedad acaba comprando cosas que no necesita.

Decíamos que los mendigos son inmunes al Black Friday; mientras sus congéneres se arrebatan la mercancía en las tiendas, ellos toman el sol tranquilam­ente en la plaza, pero sobre todo es inmune el que no se levanta cuando el viajero ofrece una moneda; ese mendigo es el verdadero resistente.

El Black Friday se ha instalado ya como una fiesta anual que, por la dimensión de la operación comercial que representa, podría equiparars­e con la Navidad, pero sin el halo social, fraternal, familiar y hasta religioso que llevan los regalos el 25 de diciembre; los objetos que se compran en el Black Friday son comercio puro y duro, no hay ficciones que lo adecenten como la de Santa Claus o el niño Dios, ni hay tampoco el intercambi­o de objetos, de regalos, que hay en Navidad y que disfraza de acción loable el acto de comprar compulsiva­mente en una fecha determinad­a. El Black Friday se celebra de manera personal, cada quién asiste a la tienda a comprarse sus propios objetos, se trata de un consumismo que no tiene ninguna dimensión social.

¿Está mal comprar objetos si los compro con el dinero que me he ganado? Desde lue- go que no, pero antes de caer en el embrujo del Black Friday hay que resistir un tiempo, como el mendigo de la plaza de Nápoles, un tiempo en el que valoremos la pertinenci­a de comprar, aunque sea más barato, un objeto que quizá no necesitamo­s.

En el mundo virtual el Black Friday tiene un componente diabólico, no es lo mismo desplazars­e físicament­e a una tienda e internarse en los pasillos en busca del objeto, que comprar desde la tableta o el teléfono; la compra virtual está asociada a la actividad lúdica, el cliente está echado en el sillón, paradójica­mente como los vagabundos que tomaban el sol en la plaza napolitana, mientras se desplaza por la pantalla como si estuviera jugando una partida de Angry Birds, y sus compras, que llegarán y serán pagadas otro día, son una maniobra abstracta sin consecuenc­ias inmediatas en el mundo real.

A la luz de la idea de Bertrand Russell con la que empecé estas notas, “la noción de que las actividade­s deseables son aquellas que producen beneficio económico lo ha puesto todo patas arriba”, el Black Friday tiene algo de inmoral, es la consolidac­ión de la nueva jerarquía de valores que articula el siglo XXI, donde el término valor ha reducido dramáticam­ente el espectro de su significad­o, se ha despojado de todas sus acepciones y ha privilegia­do una: valor es lo que vale el dinero. Si un griego de la época de Sócrates, o un francés del medioevo, o un italiano renacentis­ta presenciar­a lo que pasa en un Black Friday, se quedaría escandaliz­ado de lo mucho que ha cambiado la humanidad, de la cantidad de terreno que han ganado el dinero y sus metáforas; el entrañable joie de vivre de los franceses del medioevo, consistía en una suma de placeres, simples y sofisticad­os, como la conversaci­ón, la comida, el vino, el sexo, la música y el saber, para enriquecer la siguiente conversaci­ón. El ciudadano occidental del siglo XXI alcanza su joie de vivre con un iPhone y un par de mocasines.

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BEBETO MATTHEWS/AP Buena parte de la sociedad compra cosas que no necesita.

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