¿Centralismo monárquico?
En lo que toca al asunto del federalismo, amenazado ahora por una muy calculada estrategia de descentralización de las cuestiones administrativas, presupuestales y hasta de seguridad, nos tenemos que hacer una pregunta sobre la eficacia del Estado mexicano en su conjunto, o sea, su eficiencia para proveer bienes públicos.
Las entidades federativas no recaudan directamente los recursos que los ciudadanos le sueltan a papá Gobierno: Doña Hacienda, a través del temible Servicio de Administración Tributaria, exprime los bolsillos de los contribuyentes –cautivos en su mayoría, o sea, que no pueden permitirse ninguna opción salvo la de apoquinar— y los distribuye de vuelta a las diferentes entidades federativas bajo criterios que no nos quedan del todo claros a los ciudadanos de a pie y que, muchas veces, resultan de preferencias personalísimas, de acuerdos celebrados debajo de la mesa, de complicidades y de fidelidades partidistas.
El control sobre el uso de esos fondos, sin embargo, es tan imperfecto que los señores mandamases de cada uno de estos estados libres y soberanos se sirven con la cuchara grande mientras que los representantes populares de sus Congresos locales miran hacia otro lado o se benefician también del maná recibido. Tenemos así a sujetos como el mentado Duarte de Veracruz y otros saqueadores de su calaña que han llevado pura y simplemente a la ruina a sus comarcas. Y esto, en una nación que ha sobrellevado, desde la instauración de sus instituciones republicanas, una crónica estrechez en sus finanzas públicas.
La idea de supervisar escrupulosamente a las administraciones de los distintos estados de la República no es entonces nada descabellada. El problema es que resulta de un propósito de controlar políticamente, desde el palacio presidencial, todo lo habido y por haber en este país. Pasamos así de un federalismo ineficaz a un centralismo extremo cuyas derivaciones no podemos todavía cuantificar en términos de eficiencia pero que, a primera vista, resulta un tanto inquietante porque sería una representación de ese poder absoluto, sin contrapesos ni fiscalizaciones, que detentan los gobernantes autoritarios. ¿Queremos, en verdad, otorgarle tanto poder a Obrador?
El problema es controlar políticamente todo lo habido y por haber