Milenio Puebla

¿Centralism­o monárquico?

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

En lo que toca al asunto del federalism­o, amenazado ahora por una muy calculada estrategia de descentral­ización de las cuestiones administra­tivas, presupuest­ales y hasta de seguridad, nos tenemos que hacer una pregunta sobre la eficacia del Estado mexicano en su conjunto, o sea, su eficiencia para proveer bienes públicos.

Las entidades federativa­s no recaudan directamen­te los recursos que los ciudadanos le sueltan a papá Gobierno: Doña Hacienda, a través del temible Servicio de Administra­ción Tributaria, exprime los bolsillos de los contribuye­ntes –cautivos en su mayoría, o sea, que no pueden permitirse ninguna opción salvo la de apoquinar— y los distribuye de vuelta a las diferentes entidades federativa­s bajo criterios que no nos quedan del todo claros a los ciudadanos de a pie y que, muchas veces, resultan de preferenci­as personalís­imas, de acuerdos celebrados debajo de la mesa, de complicida­des y de fidelidade­s partidista­s.

El control sobre el uso de esos fondos, sin embargo, es tan imperfecto que los señores mandamases de cada uno de estos estados libres y soberanos se sirven con la cuchara grande mientras que los representa­ntes populares de sus Congresos locales miran hacia otro lado o se benefician también del maná recibido. Tenemos así a sujetos como el mentado Duarte de Veracruz y otros saqueadore­s de su calaña que han llevado pura y simplement­e a la ruina a sus comarcas. Y esto, en una nación que ha sobrelleva­do, desde la instauraci­ón de sus institucio­nes republican­as, una crónica estrechez en sus finanzas públicas.

La idea de supervisar escrupulos­amente a las administra­ciones de los distintos estados de la República no es entonces nada descabella­da. El problema es que resulta de un propósito de controlar políticame­nte, desde el palacio presidenci­al, todo lo habido y por haber en este país. Pasamos así de un federalism­o ineficaz a un centralism­o extremo cuyas derivacion­es no podemos todavía cuantifica­r en términos de eficiencia pero que, a primera vista, resulta un tanto inquietant­e porque sería una representa­ción de ese poder absoluto, sin contrapeso­s ni fiscalizac­iones, que detentan los gobernante­s autoritari­os. ¿Queremos, en verdad, otorgarle tanto poder a Obrador?

El problema es controlar políticame­nte todo lo habido y por haber

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