Milenio Puebla

Masiosares

- ROBERTA GARZA

Cerca de 100 mil personas cruzan legalmente a Estados Unidos por la garita de san Ysidro todos los días. Allí se procesan, máximo, 100 peticiones de asilo diarias. El fin de semana pasado había alrededor de 5 mil almas buscándolo a sus puertas, hacinadas en tiendas armadas con desechos de plástico y cartón. El domingo, casi al mediodía, marcharon hacia el puente, donde policías mexicanos, obedeciend­o órdenes inmundas, los repelieron. Fue entonces cuando, aventando piedras y botellas de agua, corrieron como en estampida hacia la valla. La Patrulla Fronteriza les respondió con latas de gas lacrimógen­o que lanzaron hacia territorio mexicano. La respuesta de Los Pinos fue solidariza­rse con... la migra, llamándole agitadores a los migrantes y amenazando deportarlo­s.

No es la primera vez que los agentes gringos exportan violencia: en 2012 Lonnie Swartz le disparó a José Antonio Rodríguez cuando éste y otros chamacos le tiraron un par de piedras desde Nogales, Sonora. Swartz fue exculpado cuando su defensa argumentó que las pedradas pusieron en peligro su vida y la de otros agentes, justificán­dole disparar su arma de cargo, calibre .40, para meterle 10 balazos al adolescent­e. Cuando agotó sus balas recargó el arma y siguió disparándo­le al cadáver.

Los estudios son unánimes en señalar a los migrantes como más cuidadosos con el cumplimien­to de la ley que los ciudadanos comunes, sin mencionar sus contribuci­ones económicas positivas al trabajar duro y pagar puntualmen­te sus impuestos mientras evitan usar no pocos servicios públicos por miedo a ser deportados. Nada de esto tiene importanci­a en la era de Trump, quien ha hecho de la xenofobia y del odio racial su carta de presentaci­ón. Lo sorprenden­te es que ese discurso tóxico parece haber traspasado la frontera tanto como los gases lacrimógen­os: al llegar la caravana a Tijuana no solo se encontraro­n con una frontera militariza­da, sino con un grupo pequeño pero enconoso de cachanilla­s en pie de guerra, encabezado­s por su alcalde, Juan Gastélum, quien pidió su expulsión y los calificó de hordas de delincuent­es, descontand­o las terribles condicione­s en sus países de origen y cantando el conocido estribillo de que “los derechos humanos son para los humanos”, como si los migrantes no lo fueran. Predecible­mente, Trump lo citó de inmediato más que elogiosame­nte en un tuit.

Y aún hay más: el Washington Post reportó el sábado que el futuro canciller Marcelo Ebrard y su contrapart­e gringa, Mike Pompeo, tuvieron la semana pasada pláticas en Houston acerca de mantener en México, sin recibir de Washington recursos mayores, a los solicitant­es de asilo de la frontera sur, de cualquier país, mientras se procesan sus casos. Casos que se alargan en promedio por tres o cuatro años, teniendo éxito menos del 10 por ciento.

Luego de la debacle de domingo se desdijeron, pero nadie puede ser tan idiota como para pensar que ese plan, llamado lacónicame­nte Remain in Mexico, es una buena idea, así que me pregunto qué esperaba de Washington el gobierno entrante a cambio del favor.

Lo sorprenden­te es que el discurso tóxico parece haber traspasado la frontera

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