Masiosares
Cerca de 100 mil personas cruzan legalmente a Estados Unidos por la garita de san Ysidro todos los días. Allí se procesan, máximo, 100 peticiones de asilo diarias. El fin de semana pasado había alrededor de 5 mil almas buscándolo a sus puertas, hacinadas en tiendas armadas con desechos de plástico y cartón. El domingo, casi al mediodía, marcharon hacia el puente, donde policías mexicanos, obedeciendo órdenes inmundas, los repelieron. Fue entonces cuando, aventando piedras y botellas de agua, corrieron como en estampida hacia la valla. La Patrulla Fronteriza les respondió con latas de gas lacrimógeno que lanzaron hacia territorio mexicano. La respuesta de Los Pinos fue solidarizarse con... la migra, llamándole agitadores a los migrantes y amenazando deportarlos.
No es la primera vez que los agentes gringos exportan violencia: en 2012 Lonnie Swartz le disparó a José Antonio Rodríguez cuando éste y otros chamacos le tiraron un par de piedras desde Nogales, Sonora. Swartz fue exculpado cuando su defensa argumentó que las pedradas pusieron en peligro su vida y la de otros agentes, justificándole disparar su arma de cargo, calibre .40, para meterle 10 balazos al adolescente. Cuando agotó sus balas recargó el arma y siguió disparándole al cadáver.
Los estudios son unánimes en señalar a los migrantes como más cuidadosos con el cumplimiento de la ley que los ciudadanos comunes, sin mencionar sus contribuciones económicas positivas al trabajar duro y pagar puntualmente sus impuestos mientras evitan usar no pocos servicios públicos por miedo a ser deportados. Nada de esto tiene importancia en la era de Trump, quien ha hecho de la xenofobia y del odio racial su carta de presentación. Lo sorprendente es que ese discurso tóxico parece haber traspasado la frontera tanto como los gases lacrimógenos: al llegar la caravana a Tijuana no solo se encontraron con una frontera militarizada, sino con un grupo pequeño pero enconoso de cachanillas en pie de guerra, encabezados por su alcalde, Juan Gastélum, quien pidió su expulsión y los calificó de hordas de delincuentes, descontando las terribles condiciones en sus países de origen y cantando el conocido estribillo de que “los derechos humanos son para los humanos”, como si los migrantes no lo fueran. Predeciblemente, Trump lo citó de inmediato más que elogiosamente en un tuit.
Y aún hay más: el Washington Post reportó el sábado que el futuro canciller Marcelo Ebrard y su contraparte gringa, Mike Pompeo, tuvieron la semana pasada pláticas en Houston acerca de mantener en México, sin recibir de Washington recursos mayores, a los solicitantes de asilo de la frontera sur, de cualquier país, mientras se procesan sus casos. Casos que se alargan en promedio por tres o cuatro años, teniendo éxito menos del 10 por ciento.
Luego de la debacle de domingo se desdijeron, pero nadie puede ser tan idiota como para pensar que ese plan, llamado lacónicamente Remain in Mexico, es una buena idea, así que me pregunto qué esperaba de Washington el gobierno entrante a cambio del favor.
Lo sorprendente es que el discurso tóxico parece haber traspasado la frontera