El migrante: el Otro
Varios de los países más pobres y más violentos del mundo están en Centroamérica. Sus habitantes huyen del infierno en el que viven, pasan por México, buscan llegar a la frontera con Estados Unidos. El flujo es incontenible, sobre todo desde hace tres o cuatro años. ¿Cómo debemos actuar? ¿Qué debemos hacer? ¿Permitir su entrada al país, facilitar su tránsito hasta la frontera del Norte, ante la presión en contra de Estados Unidos? ¿O impedir su ingreso a nuestro país, con todo lo que eso implica, en recursos y en violaciones, y contra la lógica de nuestra propia defensa de los mexicanos que migran, sin papeles, a Estados Unidos?
El domingo pasado, cientos de migrantes centroamericanos, sobre todo hondureños, trataron de entrar sin autorización a Estados Unidos. Muchos de ellos fueron detenidos por las autoridades mexicanas. “La Ley General de Población en México estipula claramente que sólo se puede salir del país, siendo mexicano o extranjero, por los puntos autorizados de salida y en posesión de todos los documentos necesarios para ingresar a otro país”, leo que escribe Jorge Castañeda, ex canciller, al observar que lo que hacían los centroamericanos era un delito con respecto a lo que señala la ley en México, por lo que la policía de Tijuana actuó dentro de la ley. “El pequeño problema es que millones de mexicanos han hecho exactamente lo mismo a lo largo de los últimos años. Todos los días, centenares o miles de mexicanos buscan entrar a Estados Unidos sin papeles y saliendo de México por puntos no autorizados”. ¿No está sentando en nuestro país un precedente muy peligroso al utilizar a la fuerza pública para impedir la salida de centroamericanos a Estados Unidos, pregunta Castañeda? ¿No será ese precedente el pretexto que los americanos esgriman para exigir el mismo procedimiento de nuestro gobierno con respecto a los mexicanos?
El migrante sin papeles implica, en efecto, un reto legal y político para los habitantes de todos los países por los que transita. También un reto moral. El migrante es el Otro. Y el encuentro con el Otro es el reto que marcará el siglo XXI. Históricamente, este encuentro ha tenido tres respuestas: la aniquilación, el aislamiento y la cooperación. La aniquilación tiene su expresión más clara en las guerras de exterminio que han plagado nuestra historia, incluso nuestra prehistoria; el aislamiento está presente en las murallas de los chinos, en los limes de los romanos y en las bardas de alambre de los países más ricos; la cooperación, en fin, sobrevive en los vestigios de mercados, ágoras, puertos, academias, caminos, puentes que facilitaron, desde el pasado más remoto, el contacto entre los hombres.
Sabemos que las condiciones del planeta, incluso en un mundo más armonioso, expulsarán en el futuro a millones de sus casas, en busca de sobrevivencia. No a decenas de miles: a millones. ¿Qué hacer? ¿Aniquilarlos? ¿Tratar de contenerlos con murallas? No tendremos otra opción que buscar una forma de colaboración que haga posible la convivencia.
Las condiciones del planeta expulsarán a millones de sus casas en busca de sobrevivencia