En busca de la estabilidad
Serán pocos los resultados de cualquier cambio si se permanece en él y se vive bajo el cobijo de su idea, si se estaciona en el frenesí o el instante en que se modifican las estrategias y los instrumentos que pretenden adecuar una realidad. Si alguien en el nuevo gobierno de este país quiere dar un resultado sensato, debe preocuparse por la estabilidad posterior y positiva de lo que se quiera cambiar, no por la euforia del cambio.
El desarrollo de una sociedad no se da en su momento de ruptura, como en las pausas que se extienden entre los puntos de inflexión. Si se trata de la conquista de paz tras un conflicto bélico, será durante el camino a la normalidad de la vida cuando se empiecen a mostrar las posibilidades de reconstrucción. De ser un proceso democrático, solo en la tranquilidad del ejercicio político se logrará avanzar paulatinamente en la reconciliación y el crecimiento, ya sea económico o social. Por eso se defiende la estabilidad, que no es lo mismo que aferrarse a la continuidad. Menos si está cargada de negativos.
Aunque las nociones de estabilidad forman parte de la retórica del gobierno que ahora empieza, su apuesta cotidiana señala la vía opuesta.
Es la marea de la democracia circense. Las últimas administraciones se decantaron por las pantallas; el espectáculo político que trató al ciudadano como audiencia. Desde las elecciones nos hemos dejado llevar por la ola intrusiva de la declaración callejera que se articula bajo los reflectores de un nuevo circo, pero circo al fin. Nos comportamos a la manera de un público en butacas viendo con atención la arena y comentando el entreacto, transformado en invasión a cualquier conversación y espacio privado. No estamos hablando del país, como lo hemos hecho del país desde aquello que proclama el nuevo gobierno. En la prensa, en los entornos digitales, México dejó de ser para convertirse en la nota de los titulares de la cuarta transformación. Caímos en la trampa de escalar la Torre de Babel.
El nuevo Ejecutivo tiene la obligación de velar por su mayor responsabilidad: la gobernanza. La conformación estable de condiciones para generar cambios, no de cambios que fragilicen la estabilidad.
Ya no hay guarida en la paciencia de quienes reclamaban que aún no comenzaban, aunque lo han hecho desde la instauración de las nuevas legislaturas.
Espero llegue el momento en que busquen la tranquilidad que permite gobernar, en que sean prudentes con la inquietud que lleva al entusiasmo matinal de los anuncios. En un país con gobernanza los anuncios son pocos. El buen gobierno no es un acto de conferencias de prensa.
Los medios, sobre todo la radio y la televisión, espero reduzcan la voracidad de dar nota tras nota sobre las rutinas de un gobierno y se enfoquen en la realidad que enfrenta ese gobierno. El solo embate contra el espectro de federalismo reclama páginas de atención minuciosa. Sus efectos, lejos de estabilidad, prometen la ruptura de la soberanía estatal. Bastará ver qué tan solicitados estarán los tribunales en los próximos meses.
Los ciudadanos, espero, dejemos el ánimo monotemático. De seguir así por seis años nos convertiremos en idiotas y quizá, olvidemos que hay un mundo allá afuera.