Milenio Puebla

Lupe Marín

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“¡Vete al diablo con tus chichonas y no pienses que a tu regreso de Rusia me vas a encontrar aquí esperándot­e!”

nunca reconoce– y no vuelve a ocuparse de ellas. Marevna y la también pintora Angelina Beloff vivirían cosas terribles en Europa, como guerras, pobreza, hambre y enfermedad­es.

Y, a pesar de ello, explica la investigad­ora, “no culpan a Diego por su situación. Varias de sus mujeres lo tratan como si fuera un niño. Angelina lo mantiene, sobre todo los últimos ocho de los diez años que permanecen juntos en Europa. Vivían de lo que ella ganaba como ilustrador­a de li- bros, porque las becas con las que llegaron a París desapareci­eron por los conflictos políticos. No es que fuera flojo. Jamás se podría decir eso de Diego Rivera: era un trabajador compulsivo”.

Mujeres fuertes todas ellas, Emma Hurtado es la menos conocida. “No solo es fuerte –explica la autora del libro–, sino también muy exitosa y autónoma que conoce a Diego mucho más tarde que las otras. Frida lo conoció a los 15 años y la impactó desde entonces, pero empezó su relación cinco años después. Las otras también eran veinteañer­as, mientras que Emma Hurtado tenía 39 años”.

Económicam­ente exitosa, con un plan de vida muy claro, también sucumbió al pintor, agrega Zamora. “Le da toda la atención: le corta las uñas de los pies, le compra su ropa, le paga todo, inclusivo los gastos de Frida, que no eran pocos”.

Falta la luz

En carta reproducid­a en el libro, Angelina Beloff dice lo difícil que era vivir sin Diego: “Desde que te fuiste, ir al café ya no es lo mismo. Me falta la fantasía, el color, la luz”. Cuando vino a México, indica Zamora, la artista reflexiona­ba: “Cómo es posible que haya sido tan inocente, que haya creído lo que me decía Diego Rivera: que en las calles de México atravesaba­n panteras”.

De acuerdo con la investigad­ora, Diego Rivera encantaba a las mujeres. “Además de que era muy inteligent­e y muy culto, era muy curioso: todo le interesaba. La vida de las mujeres que se acercaban a él adquirían otra dimensión; pero cuando él se retiraba, tenían una vida de rutina, como la de cualquiera de nosotros, y entonces tenían que buscar cómo sobrevivir”.

También era encantador al hablar de las cualidades de sus mujeres, como cuando escribió para el periódico Novedades sobre la muerte de Frida Kahlo, a quien califica como “ilimitada”. El pintor afirma que “quien tuvo la suerte sin par de aproximars­e a Frida dentro de su amor, puede abismarse cada hora más en el hueco sin fin que dejó, pozo al fondo del cual brillan los soles y reflejan la luz todos los mundos”.

Antes de morir, la propia Frida escribía en párrafo conmovedor: “Como los cactus de su tierra, crece fuerte y asombroso, lo mismo en la arena que en la piedra; florece con el rojo más vivo, el blanco más transparen­te y el amarillo solar: revestido de espinas, resguarda dentro su ternura; vive con su savia fuerte dentro de un medio feroz”.

Dicen que lo que no te mata te nutre. Como los amores que Diego sostenía, a veces peligrosos, que acabaron nutriéndol­o.

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