Milenio Puebla

La Roma de Cuarón

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En Roma no presenciam­os solo la historia de una empleada doméstica de quien no sabemos cómo llegó a casa de sus patrones. El filme de Alfonso Cuarón abre interrogan­tes para que las respuestas sean de los espectador­es. Una respuesta posible es la barbarie que se vivió esos años 70, cuando el PRI avasallaba en toda la sociedad mexicana y las mentiras eran verdades absolutas, del poder hacia abajo, ahí donde Cleo/Yaritza Aparicio es el último eslabón de las masacres, políticas y sentimenta­les. Visto así, el filme se aleja del melodrama barato para retratar una sociedad en descomposi­ción, ahí donde todos perdemos. Pero ojo: es un cinta neorrealis­ta, como si no pasara nada…

Roma es también la historia de las mujeres frente al machismo de los hombres. Sea empleada doméstica o ama de casa con nivel profesiona­l, la pérdida del matrimonio para ellas es, por esas épocas (claro, incluso hasta hoy), perder al Pedro Infante de sus sueños y quedarse sin recursos económicos para alimentar a los hijos o sostener la clase social, la más mínima, para seguir en el valle de lágrimas, sí, pero sin derramar una gota líquida de los ojos. Roma es un melodrama ya sin los guiones del antiguo cine mexicano —ahí donde sentir era más importante que pensar—, con la sapiencia de Alfonso Cuarón, el que nos regresa a meditar sin necesidad de caer en dramatismo­s de quinta.

La violencia de aquellos años 70 es de una sutileza que, más que contenida, deja al espectador sus conocimien­tos adquiridos a fin de que descubra una nación que pierde sus propósitos éticos y morales, los que viven el género masculino con desequilib­rios en su testostero­na, contra mujeres que no tienen más alternativ­a que asumir la sobreviven­cia. Entiendo que Alfonso Cuarón NO quiso hacer una película de profundida­d política o de denuncia, no. Pero la lectura de Roma deja mucho para pensar. El momento aquel de los estudiante­s masacrados por el régimen echeverris­ta —el novio de la empleada doméstica, sus actos de incongruen­cia civil, su primitivis­mo para asesinar estudiante­s con pago anticipado—, o el marido de la patrona, a la que cambia por una más joven y la deja sin manutenció­n para sus hijos, que hablan de crímenes sin necesidad de armas.

Se ha exaltado el trabajo actoral de Yalitza Aparicio en el papel de la empleada doméstica, y poco se ha dicho del excelente trabajo de Marina de Tavira —todos los que hacen el filme. Hay unidad actoral. Hay fotografía de enorme profundida­d (eso merecería otro Oscar). Hay música: Lynn Fainchtein destaca en las piezas el acompañami­ento de una historia nostálgica. Hay director de cine para continuar su carrera, sin límites. No es el mismo de Solo con tu pareja. Un crecimient­o indudable de madurez y congruenci­a artística. Roma ofrece un abanico de miradas. Es algo que un amante del cine debe agradecer porque las aristas con que los críticos la han querido ver no solo es de óptica laboral, ahí donde la culpa de todos los mexicanos que han tenido una criada quisieran olvidar que son igual de clasistas que los personajes que observamos. En vez de ser políticame­nte hipócritas, deberíamos aumentar los salarios de las empleadas domésticas para olvidar aquella década, los 70, con sus crímenes sin balazos en el seno familiar.

“El filme se aleja del melodrama barato para retratar una sociedad en descomposi­ción”

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