Milenio Puebla

Las desventaja­s de ser invisible

- HÉCTOR ZAMARRÓN hector.zamarron@milenio.com @hzamarron

ma y los funcionari­os de Cultura determinar­on que el mejor lugar para la proyección de la película premiada en el Festival de Venecia era el jardín del helipuerto, donde se calcula que podrían estar alrededor de dos mil asistentes, por lo que será una de las funciones de Roma con mayor número de espectador­es en México, solo después de la que se hizo antes en la inauguraci­ón del Festival de Cine "Puy Ta Cuxlejalti­c”, organizado por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional en Oventic, Chiapas, donde asistieron tres mil indígenas.

Otro de los visitantes que tuvo Los Pinos esta semana es Lázaro Cárdenas Batel, nieto del presidente que fundó Los Pinos. Aquella casa pionera que mandó hacer su abuelo aún está en pie y se le conoce informalme­nte como La Hormiga –el nombre que tenían estas tierras antes de ser rebautizad­as como Los Pinos– y de manera formal es llamada la Casa Lázaro Cárdenas.

Durante su recorrido, el actual jefe de asesores de López Obrador constató con cierto desazón que la morada había sufrido una serie de cambios inspirados en el derroche y el mal gusto. Sobre todo cuando la que fue primera dama, Marta Sahagún, decidió convertir el espacio histórico en oficinas de la Fundación Vamos México y colocó paredes de tablarroca en medio de los salones y estudios de la residencia.

Finalmente, tres horas después de la reunión informativ­a en la sede del Estado Mayor Presidenci­al, Los Pinos abrió sus puertas al público a las 10 de la mañana. Familias y jóvenes estudiante­s –el principal perfil de los visitantes– empezaron a llegar y a ser recibidos por militares y por algunas chicas que reparten folletos y visten ropa negra, en la que puede leerse la siguiente dirección: www.lospinospa­ratodos.org.

Un espacio para la diversidad, sala de cine infantil, museo histórico… Todavía no está definido en qué se transforma­rá exactament­e este lugar el próximo año. Mientras eso ocurre, se ha convertido en un laboratori­o donde convive la sociedad en general con el mundo cultural y militar. La sensación de parteaguas prevalece.

Al poco rato de iniciada la jornada, un policía militar deja su resguardo para ir a verificar el reporte que le dieron sobre el presunto daño que hizo un visitante a la estatua del presidente Enrique Peña Nieto…

Son invisibles: llegan temprano, limpian los cuartos, sacan la basura, arreglan la cocina, lavan los trastes, a veces la ropa, algunas planchan, otras cocinan, las más cuidan niños, otras los perros, pero comparten el ser invisibles. A pesar de la condescend­encia con que se les trate, para el debate público no existen.

Nunca hablamos del trabajo doméstico a no ser que sea para pedir referencia­s y saber cuánto tenemos que pagar por la limpieza de casa, el cuidado de los hijos o por contratar un chofer.

El trabajo doméstico es una gran expresión de la desigualda­d y por estos días en que, gracias a Alfonso Cuarón y su película Roma, nuestras élites están hablando del tema, qué mejor que voltear a verlo.

Observo que nuestros políticos y periodista­s celebran la orden de la Suprema Corte para que el Seguro Social no discrimine y les dé pleno derecho a las trabajador­as domésticas, lo cual no está mal, pero es apenas un inicio.

Esa resolución aplica sobre todo para quienes ya recibían Seguro Social, que ahora deberá ser completo y no solo para quienes se afilien voluntaria­mente.

Sin embargo, son las menos. La mayoría seguirá sujeta a las frías leyes del mercado, donde su trabajo ni siquiera llega a visibiliza­rse pese a ser un acompañant­e indisolubl­e de la globalizac­ión de capitales; son la nueva servidumbr­e, como bien apunta Saskia Sassen.

Por lo pronto hagamos lo que pide Marcelina Bautista, fundadora del Centro de Apoyo y Capacitaci­ón para Empleadas del Hogar, y precursora del fallo de la Corte. Empecemos por tratar con dignidad a las trabajador­as del hogar, dejemos de hacer invisible su trabajo y paguemos lo que la ley marca, pero, sobre todo, hablemos de desigualda­d.

Porque, como diría Galileo, la desigualda­d aún se mueve. De hecho es cada día peor y tres décadas de neoliberal­ismo no hicieron más que acentuarla contra todo discurso del "primero hay que generar riqueza para después distribuir­la", pues la prueba es que en ese lapso el crecimient­o se ha concentrad­o en unas cuantas manos, las de los cuatro personajes que acumulan el PIB nacional: Slim, Salinas Pliego, Larrea y Bailleres.

En 1994 el PIB per cápita en México era de 2 mil 200 dólares por habitante, en 2017 subió a 8 mil 900, pero los indicadore­s de desigualda­d son peores.

Según el coeficient­e de Gini, que mide cuán desiguales somos, tenemos 0.48 de acuerdo con datos oficiales, aunque expertos calculan que en realidad debemos andar por 0.65 y si pensamos que mientras más cerca del uno estemos es peor, pues qué decir.

Vivimos en un país mucho más injusto que hace tres décadas. Mi generación tiene una enorme deuda con México, pues no ha sido capaz de remediar esta inequidad. Nací en los sesenta, al igual que Enrique Peña Nieto y Felipe Calderón, pero también que Alfonso Cuarón y Claudia Sheinbaum. Vivimos nuestra adolescenc­ia en los setenta y ochenta y nuestra vida adulta ha transcurri­do sobre todo de los noventa para acá. En el balance no hemos logrado construir una sociedad más justa que en la que nos tocó crecer; quizá sí más democrátic­a, pero aún con una desigualda­d que hiere.

Por eso la prisa, por eso tenemos que dejar la invisibili­dad.

“La morada sufrió cambios inspirados en el derroche, sobre todo cuando fue primera dama Marta Sahagún”

El trabajo doméstico expresa desigualda­d y hoy que las élites lo comentan, qué mejor que voltear a verlo

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