Milenio Puebla

Stanford, investigad­or ejemplar

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con un hombre en cuya personalid­ad la sapiencia convivía con la bonhomía y la generosida­d.

Stanford comentó en aquella ocasión que no le costó trabajo entenderse con los músicos, “tal vez porque yo también era músico. Si uno llegaba a estudiar la música, la gente se mostraba halagada por el interés de uno, mientras que mis colegas que iban a estudiar, por ejemplo, el parentesco, ¿cómo les explicaban a los campesinos qué querían saber cosas sobre su familia? Eso despertaba sospechas, les hacía pensar que eran enviados por otras familias que querían hacer algún mal. Yo me presentaba co- mo alguien a quien le interesaba la música del pueblo y era bien recibido”.

Cobrando solo los pasajes y algunos viáticos, que invariable­mente compartía con los músicos, registró diversos géneros, nunca en estudio, donde los músicos se hubieran sentido incómodos. Dado que en algunos poblados no había luz, cargaba con una planta que pesaba más de 40 kilos y un cable de 50 metros para que el ruido de la planta no llegara a la grabadora.

Siempre es buen tiempo de recordar las palabras de Thomas, investigad­or ejemplar, en torno al valor que tiene la música popular de las diversas etnias, sobre todo cuando decía que “la música marca identidade­s, es parte de la identidad del ser humano. Si tenemos orgullo por la historia de México, habríamos de tener curiosidad por la música de distintas épocas. Cada época se marca con su música: la música de Bach es diferente a la música de Mozart, que es diferente a la de Beethoven, que es diferente a la de Liszt... La música va cambiando en cada época. Si uno quiere preservar la historia de su patria, debe interesars­e por su música”.

Pero, uno se pregunta: ¿hemos sabido escuchar a Stanford?

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