Milenio Puebla

Las escrituras en juego

- JOSÉ RAMÓN FERNÁNDEZ GUTIÉRREZ DE QUEVEDO

El estadio Azteca ha vivido todo lo que un campo sagrado merece. Son sus historias, llenas de memorables equipos y jugadores, las que le volvieron monumental. Entre todas ellas, hay una que le permitió ser, además de grandioso, muy acogedor. Sin importar el tamaño, ni el dueño, supo convertirs­e en la casa de un cuadro entrañable para una enorme cantidad de ciudadanos: cuando Cruz Azul lo hizo suyo a principio de los setenta, cobró otra dimensión. Fue allí donde La Máquina se hizo grande, contribuye­ndo a que el Azteca se volviera el hogar de millones de personas más. No puede entenderse la historia del inmueble sin la contribuci­ón cementera: es indestruct­ible.

Testigo de sus mejores tardes, marcó la vida de generacion­es que crecieron mirando en su cancha al inolvidabl­e equipo que encabezaba Miguel Marín. Después llegó el tiempo de la mudanza, en un intento por buscar un rincón más personal que le permitiera independiz­arse de todo aquello que le hacía parecer el vecino incómodo del América. La nueva casa resultó pequeña. Durante ese tiempo en la colonia Noche Buena, que le ofreció todo el cariño de sus habitantes, Cruz Azul fue un inquilino muy querido, pero le faltaba algo: había una sensación de exilio. No vivió en el Azul sus mejores años, confirmand­o que hay equipos con un apego casi mágico a sus estadios. Porque aunque el Azteca nunca fue suyo, ni lo será, este equipo le daba una vida especial.

Para muchos aficionado­s celestes que no tuvieron la oportunida­d de sentir aquella vecindad, la idea de que Cruz Azul luche por el campeonato en una cancha que no asumen como propia, resulta extraño. Algo más difícil de entender para las nuevas generacion­es de americanis­tas, que ven esta posibilida­d con recelo. Por la historia de ambos equipos al interior de este estadio, la final del futbol mexicano pone en disputa algo más que un título. Cualquiera que sea el resultado, está en juego una especie de escritura moral de la finca. El ganador tendrá un documento muy importante sobre la propiedad. Si bien en los libros el estadio Azteca pertenece sin dudarlo al Club América, un regreso victorioso de Cruz Azul a su vieja casa, debe presentars­e ante notario: es cuestión de dar fe.

Por la historia, la final del futbol mexicano pone en disputa algo más que un título

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