Milenio Puebla

Cara contra cara

- RAFAEL PÉREZ GAY rafael.perezgay@milenio.com @RPerezGay

La revista Nexos ha dedicado la parte central de su edición de enero a un número mágico: 1519, el año que fija en el tiempo el primer encuentro de Cortés y Moctezuma. Seis ensayos de imaginació­n y rigor históricos notables restauran ese momento mítico y fundaciona­l. Antonio García de León, Camila Townsend, Alejandra Moreno Toscano, Pablo Escalante Gonzalbo y Antonio Saborit se acercan a ese origen. El 8 de noviembre se cumplirán 500 años de ese día. No deja de ser perturbado­r imaginar el momento en que casi tres meses después del desembarco en las costas de Veracruz, los españoles llegaron a la calzada de Iztapalapa.

En Pino Suárez después del cruce con Venustiano Carranza, a un costado del Hospital de Jesús y contra esquina del Museo de la Ciudad de México, cuenta Alejandra Moreno, ocurrió el encuentro de los representa­ntes de dos culturas, explosión e implosión.

Cortés le colgó a Moctezuma un collar de piedras de vidrio y éste condujo al enorme séquito calle adentro, entre árboles y edificios revocados con cal. La escena sobrecogió a los españoles, una imagen que no podrían borrar de su memoria y que se llevarían a la tumba: una ciudad blanca se alzaba sobre las azules aguas del lago. Se sabe: Moctezuma alojó a Cortés y a los suyos en el palacio que se había construido para su padre Axayácatl.

Escribe Pablo Escalante que la primera forma de contacto entre dos culturas es la yuxtaposic­ión: “elementos de la una en la otra; vemos cosas fuera de su sitio; es decir en un nuevo contexto (…) De manera paradójica la yuxtaposic­ión es lo opuesto al mestizaje a la vez que es necesaria para el mestizaje”.

De esas aproximaci­ones recuerdo una que me estremeció cuando leí a Bernal Díaz del Castillo. Me refiero al día de finales de 1519 en que Cortés y un grupo de sus soldados subieron los 114 escalones de la pirámide de Huitzilopo­chtli. En los altos se encontraro­n con Moctezuma.

Al entrar vieron que los muros estaban salpicados y ennegrecid­os por la sangre de los sacrificio­s; el interior hedía, ningún matadero de España despedía esos olores fétidos. Huitzilopo­chtli se alzaba hasta la altura de dos hombres de carne y hueso. Dos ojos monstruoso­s recibieron a los españoles, el cuerpo de aquella deidad estaba cubierto de sangre y piedras preciosas. Así empezó todo.

Dos ojos monstruoso­s recibieron a los españoles

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