Cara contra cara
La revista Nexos ha dedicado la parte central de su edición de enero a un número mágico: 1519, el año que fija en el tiempo el primer encuentro de Cortés y Moctezuma. Seis ensayos de imaginación y rigor históricos notables restauran ese momento mítico y fundacional. Antonio García de León, Camila Townsend, Alejandra Moreno Toscano, Pablo Escalante Gonzalbo y Antonio Saborit se acercan a ese origen. El 8 de noviembre se cumplirán 500 años de ese día. No deja de ser perturbador imaginar el momento en que casi tres meses después del desembarco en las costas de Veracruz, los españoles llegaron a la calzada de Iztapalapa.
En Pino Suárez después del cruce con Venustiano Carranza, a un costado del Hospital de Jesús y contra esquina del Museo de la Ciudad de México, cuenta Alejandra Moreno, ocurrió el encuentro de los representantes de dos culturas, explosión e implosión.
Cortés le colgó a Moctezuma un collar de piedras de vidrio y éste condujo al enorme séquito calle adentro, entre árboles y edificios revocados con cal. La escena sobrecogió a los españoles, una imagen que no podrían borrar de su memoria y que se llevarían a la tumba: una ciudad blanca se alzaba sobre las azules aguas del lago. Se sabe: Moctezuma alojó a Cortés y a los suyos en el palacio que se había construido para su padre Axayácatl.
Escribe Pablo Escalante que la primera forma de contacto entre dos culturas es la yuxtaposición: “elementos de la una en la otra; vemos cosas fuera de su sitio; es decir en un nuevo contexto (…) De manera paradójica la yuxtaposición es lo opuesto al mestizaje a la vez que es necesaria para el mestizaje”.
De esas aproximaciones recuerdo una que me estremeció cuando leí a Bernal Díaz del Castillo. Me refiero al día de finales de 1519 en que Cortés y un grupo de sus soldados subieron los 114 escalones de la pirámide de Huitzilopochtli. En los altos se encontraron con Moctezuma.
Al entrar vieron que los muros estaban salpicados y ennegrecidos por la sangre de los sacrificios; el interior hedía, ningún matadero de España despedía esos olores fétidos. Huitzilopochtli se alzaba hasta la altura de dos hombres de carne y hueso. Dos ojos monstruosos recibieron a los españoles, el cuerpo de aquella deidad estaba cubierto de sangre y piedras preciosas. Así empezó todo.
Dos ojos monstruosos recibieron a los españoles