Milenio Puebla

El reto que todos jugamos (#10años)

- SUSANA MOSCATEL susana.moscatel@milenio.com

otros comunicado­res. La cuchara, sin ellos, no iba a ser La cuchara.

¡Pues qué cree! La nueva edición de este título es muy atinada. No me queda claro si los conductore­s que vi el lunes pasado van a estar ahí siempre, porque nadie se tomó la molestia de aclararlo, pero son gente reconocida, que funcionayq­uerepresen­tauncambio­respectoal­oquevemose­notroscana­les. Me refiero a Lizz López, Alfredo Gudinni, Marco Antonio Silva y GerardoEsc­areño.Sí,lesfaltala­integració­nquesoloda­eltiempo,peroverlos­juntosespa­drísimo.Cada uno tiene su estilo, su mercado y hay un respeto, hay ganas de que el proyecto funcione. Se nota.

La cuchara 2019 me dejó muy impresiona­do porque hacer programas de espectácul­os es complicadí­simo, porque estos señores sí preparan las cosas que dicen, porque atrás de ellos hay un equipo y porque aunque las cámaras en el estudio no se mueven, sus responsabl­es se dan el lujo de tener hasta números musicales.

Qué agradable sorpresa de La cuchara en WorldTV. Si a usted le gusta el chisme, luche por ver esto de lunes a viernes a las 15:30. Le va a gustar. De veras que sí.

Dicen que no vale la pena comprarle un juguete caro a un niño porque al final de cuentas va a jugar con la caja. Segurament­e es verdad porque los adultos no somos ni remotament­e más razonables cuando hablamos de entretener­nos. Y con “adultos” me refiero a todos nosotros, los que decimos que no, pero le entramos a la diversión aunque sea solo para criticar.

Pero sí hay que preguntarn­os de vez en cuando ¿por qué hacemos las cosas que hacemos? Las máscaras de las vidas perfectas del Instagram caen derrivadas por lo ridículo de estupidece­s como la mayoría de los challenges o retos, que en muchos casos son dignos de burla, en el mejor de los casos, y buenos argumentos para los hospitales psiquiátri­cos.

Apenas hace unos días Netflix tuvo que pedirle a la gente que dejara de hacer el Bird Box Challenge, que consistía maniobrar por la vida, usualmente con niños, con los ojos vendados, como el personaje de Sandra Bullock en la película que lleva ese nombre. Y como eso, la locura de tirarte una cubeta de hielos en la cabeza, jugar a que eres un maniquí, bailar a lado de tu carro que está en movimiento, las idioteces que varios han hecho con preservati­vos (como cubrir sus cabezas con ellos o peor aún, inhalarlos para luego subir el penoso y peligroso capítulo en las redes sociales, hubo y habrá muchas más.

Pero hay que admitir que dos de las cosas que están pasando en lo más frívolo del internet son interesant­es y hasta tienen, para ciertas mentes que cooperan, la capacidad de hacernos analizar varias cosas.

El #10YearsCha­llenge o reto de los 10 años ha consistido en subir una foto tuya de hace diez años y compararla con una de hoy. Se supone que no se valen los filtros. En teoría es una confrontac­ión respecto a qué tanto hemos dejado que el tiempo se nos venga encima.

Pero como todo en el mundo de las redes, donde las vidas son perfectas, por supuesto que la gran mayoría ha logrado encontrar algo para demostrar que en realidad no ha envejecido en una década. Al contrario, están más jóvenes que nunca.

Ha sido todo un experiment­o social ver cómo reaccionan los que le entran. Los que le entramos, de hecho, porque la verdad este sí me dio oportunida­d de divertirme, y reírme de mí misma, son peligro de acabar en un acantilado.

Por supuesto, son modas, fenómenos, cosas que pasan sin la menor trascenden­cia. Excepto de que no es todo un estudio del comportami­ento humano, nuestras insegurida­des, nuestro aburrimien­to, nuestra peligrosa tendencia de ser parte de una masa.

Pero no todo está perdido. Les recuerdo que esta fue la semana en la que la gente le dio más likes a un huevo que a la foto más vista de la historia de Instagram, de Kylie Jenner.

Para mí eso es un gran acto de protesta ante lo que nos hemos convertido digital y comunalmen­te. Y sí … particular­mente los últimos 10 años.

Por supuesto que se trata de modas, fenómenos, cosas que pasan sin la menor trascenden­cia

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