Momentos
En la ficción de la enorme novela de John Updike (Premio Pulitzer en 1982 y 1991) “Corre, Conejo”, Harry --Conejo-- Angstrom, el personaje central, renuncia al baloncesto porque ha llegado a la primeriza edad de los 35 años. En la zaga (Cfr “Conejo es rico”) se convierte en un empresario administrador de autos de lujo luego de sufrir la muerte de un hijo y de haber pasado por la experiencia del consumo de marihuana y estupefacientes.
Debe constarle a mis compañeros de equipo en Lasalle que a principios de los setenta (ah, los maravillosos setenta) éramos conocidos como los implacables “agachados” (nombre prestado de Rius) y que año tras año fuimos los indiscutibles campeones de baloncesto. Ha pasado el tiempo y los ciclos, como todo en la vida misma, comienzan a cerrarse.
No debo, ni en la imaginación, compararme a Harry Angstrom y mucho menos a esta edad que ya temo. Hace tiempo escribí un texto sobre Juventino Sánchez de la Vega, un poeta menospreciado por la crítica literaria y a quien conocí en lo que quizá fue el último de los homenajes que se hizo en memoria de quien fuera su maestro, el sacerdote Federico Escobedo Tinoco (Tamiro Miceneo). Debió haber sido en 2002, aproximadamente. Retengo en la memoria ese año y ese testimonio porque me llegaron solos los síntomas de algo que los neurocirujanos llaman “neuronima del acústico”. Entonces, poco a poco, regresé a entrenarme a la duela porque los simples movimientos de ojos y cabeza compensarían los aguerridos malestares producidos por la sintomatología.
Pero además sí debo remarcar que, socarronamente, me burlé de la sordera de Juventino Sánchez de la Vega y eso nunca se debe cometer con los poetas.
Asimismo, reconozco que mi regreso a la duela, al baloncesto, fue demasiado tarde y un verdadero fracaso porque me di cuenta, en un espacio aproximadamente de 25 años, que muchas de las reglas habían cambiado.
En síntesis humana: los ciclos se cierran y uno intuye y sabe cuándo ha llegado el momento de no complacerse en la auto tortura, me lo dio como una buena lección el tanatólogo franciscano que me sometió a una intensa terapia cuando lo necesité.
Por lo que, si en la ficción de John Updike y de su novela “Corre, Conejo”, Harry --Conejo-- Angstrom lo abandona todo a los 35 años, en la vida real (me lo he preguntado desde hace meses) ¿por qué no sentir temeridad cuando, día a día, uno despierta sabiéndose otro?
Mi actual obsesión es la lucha contra el tiempo que saldrá seguramente (abstracto e imperceptible como es) fortalecido. Lo que viene me ha de traer otras tareas, otros objetivos. Ausentes o presentes, el mundo sigue rodando. Lo imagino a la distancia como una canica azul suspendida, solo “como una pluma de ave en el aire”, tal como lo decían los viejos de ayer.
Mientras, el cielo arriba sigue muy azul.
Todo lo demás, William Shakespeare, es silencio.
“Reconozco que mi regreso a la duela, al baloncesto, fue demasiado tarde y un verdadero fracaso”