Milenio Puebla

Las ganas de creer

- VÍCTOR REYNOSO

“Mis ideas las tengo, en mis creencias estoy”, escribió, más o menos, Ortega y Gasset. La frase es sugerente: nos hace ver que en nuestra mente tenemos cosas muy distintas. Un tipo de esas “cosas”son las ideas. Otro, muy distinto, las creencias. De las primeras somos en cierto sentido propietari­os. De las segundas, no. Son parte del mundo que habitamos y del que no siempre tenemos total conciencia.

Tanto ideas como creencias son la base de la polarizaci­ón actual del país: una mayoría que ve con entusiasmo y confianza al gobierno de López Obrador y su partido y una minoría relativa que los ve con seria preocupaci­ón. En el libro Nocturno de la democracia mexicana, Héctor Aguilar Camín recurre con frecuencia a la expresión “las ganas de creer” para tratar de explicar las razones de quienes votaron a favor del líder de Morena.

Siguiendo a Ortega, podríamos interpreta­r que esas “ganas” se refieren estrictame­nte a creencias. No a ideas. Estas últimas pueden ser considerad­as “productos destilados de la razón”: algo que ha sido planteado con claridad, discutido, contrastad­o, cuestionad­o. Y de ese proceso queda algo: una idea. Lo que llevó a muchos a votar por nuestro actual presidente no fue tanto una idea, sino una creencia: que es radicalmen­te distinto a lo que fueron los gobiernos del PAN y del PRI en este siglo.

Distinto a la ineptitud y corrupción del “PRIAN”, y del PRD desde luego. “En el océano de incredulid­ad pública que era el ambiente político de nuestro país, Andrés Manuel López Obrador encontró otro océano, también enorme: el de las inmensas ganas de creer”, escribe Aguilar.

Tanto la incredulid­ad como la creencia aludidas tienen su razón de ser. Los 18 años de gobiernos de este siglo dejaron malas cuentas. Sobre todo el último, pero una mayoría ve a los dos primeros también como fallidos. Lo que a algunos nos cuesta trabajo creer es en la consecuenc­ia lógica: como PAN y PRI fallaron, Morena no fallará.

¿En qué se basa este “argumento”? Me parece que en creencias no del todo claras. En la necesidad, o en las ganas de creer. El equipo de López Obrador está repleto de expriistas y expanistas. Algunos de la peor de esos partidos. El mismo AMLO es uno de los más auténticos hijos de la partidocra­cia: toda su vida ha vivido de los partidos, o de cargos resultado de estar en un partido.

Estoy seguro que la mayoría de quienes votaron por él no conocen bien la situación de México antes de 1982, año que para el tabasqueño es el inicio de nuestros males. O si la conocen no están de acuerdo en volver a ella. Para alguien que sepa de políticas públicas estará claro que los principale­s problemas agendados por el nuevo presidente no están bien definidos ni analizados: el tren maya, el ferrocarri­l en el Istmo de Tehuantepe­c, el aeropuerto en Santa Lucía, por mencionar solo algunos. Parecen más ocurrencia­s que proyectos. Ocurrencia­s con algún grado de atractivo, pero sin un sustento analítico adecuado que nos diga si son viables o no, si van a resolver problemas públicos o si serán elefantes blancos.

Que detrás de este apoyo y entusiasmo estén las ganas de creer explica que sean aceptadas acciones o hechos relacionad­os con el actual presidente que, si hubieran sido realizadas por otros gobiernos, darían lugar a escándalos. La liberación de Elba Esther Gordillo, el regreso de Napoleón Gómez Urrutia, la tragedia de Tlahuelilp­an, el desabasto de combustibl­es, el retiro del subsidio a guarderías, el despido de miles de burócratas

La historia de las creencias es sin duda uno de los capítulos más fascinante­s de la historia de la humanidad. Con algunos episodios sublimes, otros tristement­e ridículos. Borges escribió un texto que simulaba ser el diario de antropólog­o perdido en una tribu africana. El relato muestra lo absurdo de las creencias de esta tribu, pero en alude sutilmente a lo absurdo de muchas de las creencias del mundo occidental. ¿Frente a qué estamos ahora? ¿En qué consistió y, sobre todo, a dónde nos llevará ese océano de las ganas de creer?

Aguilar recurre a “las ganas de creer” para explicar las razones de quienes votaron por AMLO

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