¿Quién iba a pensarlo, “Froid”?
Entre los tres grandes pensadores que cambiaron el destino del hombre del siglo XX y que lograron descubrirnos ante el espejo crudamente esta Sigmund Freud y su teoría de la sexualidad a través del psicoanálisis. Los otros son, sin duda, Carlos Marx y André Bretón.
Antes de la mitad del XX, allá a finales de los cuarenta (lo explicó Monsiváis) comenzó a manifestarse lo que los académicos llamaron “psicologismo” al momento mismo que se descubrieron los cuerpos de seis mujeres sepultados casi a flor de tierra en el jardín privado del serial Gregorio --Goyo-- Cárdenas.
¿Qué pasó entonces? que los periodistas de nota roja comenzaron a calificar a los delincuentes con términos tomados del propio psicoanálisis: “El edípico” / “El complejo de culpa”, etcétera. Es decir: todo mundo, supuestamente, entendió las teorías de Freud.
Pero la nota roja no fue lo único que dio pie a este lamentable hecho: se formaron en muchas partes (en México y allende las fronteras, como decía mi admirado locutor de la T grande de Monterrey) los círculos de estudio que no hicieron más que mal interpretar y vulgariza la teoría del psicoanálisis. Me los imagino llegando a sus casas viendo en los ojos de los demás con el “complejo de Elektra” o con “Síndrome maniaco depresivo”, sólo un par de ejemplos.
Los años que me pasé prácticamente encerrado en una buardilla de la 6 Poniente estudiando terapia Gestalt me dieron la ocasión de presenciar en la aulas y en las prácticas lo que nuestros maestros llamaban “el psicologismo”.
¿A qué se referían ellos? a simplificar de manera arrogante (e ignorante) los conceptos y las teorías de todas las corrientes especializadas en la salud mental, en especial las del psicoanálisis.
Por lo que, los tomos de la obra de Sigmund Freud son más de veinte y hay quien se los mastica como piñones en menos de una hora frente a un micrófono de una estación radiofónica universitaria.
“Psicologismo”, me explicaban mis maestros. Pensé que aquello más o menos se había ya erradicado pero me doy cuenta que no es así. Las redes sociales, en la actualidad, cumplen el papel que ocuparon las notas policiacas y Goyo Cárdenas. Es verdad: la tecnología en el plano de la comunicación es a veces una penosa herramienta donde priva la oscuridad, la perversión y el protagonismo.
Muchos años de mi vida los he dedicado a la psicología y no me atrevo a mencionar siquiera al Maestro Freud. La autocrítica me dice que no estoy autorizado.
Sin embargo, no deja de producirme cierto malestar que haya quienes sin escrúpulos y protagónicos, que aman las selfies y la simulación, se atrevan a entrar a la teoría del psicoanálisis sin ninguna preparación.
Sigo sin entender cómo es que hablan así, qué auditorio puede creerles, si lo hay. Que esa persona se refiera al padre del psicoanálisis como “Froid” y lo interprete a su libre antojo es algo que deberían (mínimo) controlar los encargados de las emisoras radiofónicas. Ni la propia Marie Langer se atrevería a tanto, sería más cauta.
La tecnología en la comunicación es una herramienta donde priva la oscuridad