José L. Martínez
Este país requiere de maestros lectores
En el suplemento Laberinto, Juan Domingo Argüelles, Anamari Gomís y Julio Hubard reflexionan sobre la lectura, la formación de lectores y la decisión del gobierno federal de impulsar una campaña con libros baratos o regalados para fomentar esta actividad tan poco frecuentada en México, no solo por falta de dinero —como aseguran los funcionarios de la 4T—, sino también, entre otras cosas, por la carencia de estímulos y orientación en la educación básica, secuestrada en los estados más pobres del país por los maestros de la CNTE, a quienes poco o nada les importa dejar las aulas vacías gran parte del año escolar, como se ha visto durante tanto tiempo en Michoacán, Chiapas y Oaxaca. Sin escuelas abiertas, sin maestros dispuestos a iniciar a sus alumnos en los secretos de la lectura, en la creación de bibliotecas escolares, en la escritura, lo demás no deja de ser propaganda o, en el mejor de los casos, esfuerzos destinados al fracaso, como ha sucedido en otros gobiernos.
Para fomentar la lectura, los maestros deben ser ellos mismo lectores, y serlo implica, casi siempre, un espíritu de libertad y tolerancia, de respeto a los demás; también la decisión de una práctica cotidiana, de un ejercicio constante para hacer de la lectura un placer íntimo y a la vez un tema de conversación dentro y fuera del salón de clases. La lectura es un oficio —dice Julio Hubard— y aprenderlo requiere entrega y disciplina: “Prometer goces inmediatos que no llegan opera más como vacuna que como seducción. Desde luego, no es buen negocio vender esfuerzos y dificultades, y no hay duda alguna de que leer es uno de los mayores goces y placeres… si uno aprende a poner lo que leer requiere. Es un oficio y no hay final en el aprendizaje”, escribe Hubard.
Un regreso al pasado
Existen, desde luego, los lectores tardíos, pero la mayoría adquiere el hábito en la niñez, en la casa o en la escuela, y en la juventud o en la edad adulta ya ha definido sus intereses y gustos, sin cerrarse a otras posibilidades, el verdadero lector siempre es insaciable y curioso. Por eso, como dice Juan Domingo Argüelles: “Regalar libros indiscriminadamente no es formar lectores. No todo el mundo aprecia los libros y, además, quienes los aprecian, tienen también sus preferencias. Cuando el gobierno elije por los lectores lo que éstos habrán de leer, es obvio que regala libros cuyo contenido aprueba. ¡Ni modo que vaya a publicar y regalar libros que lo cuestionen! No es lectura, es doctrina”.
Regalar libros es un regreso al pasado, donde tan a gusto se siente el nuevo gobierno, nostálgico, por ejemplo, del desarrollo estabilizador. En el ensayo “Tirar millones” (Letras Libres, 15 de agosto, 2012), Gabriel Zaid hace un recuento histórico del fracaso de esta idea, de Álvaro Obregón, con los célebres “clásicos verdes” de José Vasconcelos, a Felipe Calderón, con el “Programa Termina un Ciclo, Inicia un Hábito”, mediante el cual, en 2011, se obsequió un ejemplar de una novela a cada niño al terminar la primaria o secundaria; en total, se regalaron 4 millones 272 mil ejemplares, de los cuales nadie sabe, ni sabrá, cuántos fueron leídos. Pero seguramente el programa fue un gran negocio para los impresores.
En el sexenio de Echeverría, recuerda Zaid: “la Secretaría de Educación Pública tiró millones de pesos con su colección popular Sep-Setentas, que publicó unos 300 libros (…) casi regalados a $10 pesos. La tirazón no estaba, naturalmente, en vender barato, sino en hacer tirajes demagógicos, mayores que las ventas posibles a ningún precio”. Lo mismo puede suceder ahora, cuando el énfasis está puesto en el precio, no en las necesidades reales de los probables lectores, para eso se requerirían estudios y solo existen ocurrencias.
Investigación y bibliotecas
El gobierno federal pretende fomentar la lectura, pero al mismo tiempo tolera los chantajes de los maestros de la Coordinadora, sus plantones, sus afectaciones a la economía de varias regiones, el abandono de los niños —y al echar abajo la reforma educativa alienta como nunca la impreparación, la falta de capacidad docente, el nulo compromiso con la calidad de la educación. Y sin maestros competentes, no pueden inculcarse conocimientos mínimos para emprender el largo camino de la lectura.
Al hablar de la formación de lectores, Anamari Gomís escribe: “Los maestros, aunque no sepan todo, deben dirigir a los niños hacia la investigación y gran parte de la investigación sucede al leer. Esos niños deben aprender que compartimos un planeta con otros muchos y diferentes seres humanos, con la naturaleza, con los animales, con el intrigante universo. Las visitas a las bibliotecas resultan esenciales. Ahí todos los mundos posibles se ponen en movimiento y entonces descubrimos nuestros intereses”.
Apoyar el Programa Nacional de Salas de Lectura, en el cual se encuentra comprometida la sociedad civil para promover el placer de la letra impresa en las comunidades más pobres y apartadas del país, crear más bibliotecas públicas, exigirles a los maestros cumplir con su trabajo serían, tal vez, pasos menos espectaculares pero más eficaces para incrementar el número de lectores en México, en vez de insistir en la estrategia fallida de regalar libros o venderlos al costo.
Queridos cinco lectores, con una oración por la salud de Ernesto Cardenal, tan maltratado por la tiranía de Daniel Ortega en Nicaragua, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.