Milenio Puebla

Cuando el Presidente juega al límite

- HÉCTOR ZAMARRÓN hector.zamarron@milenio.com @hzamarron

Que Andrés López Obrador es un marrullero, que no respeta las reglas, la ley ni las institucio­nes y que aplica la justicia en los bueyes de su compadre, que busca someter a los poderes y hacerse del poder absoluto, dicen sus críticos… y tienen razón si admitimos otra lectura donde estamos ante un presidente disruptivo, que juega al límite, estirando la liga de lo convencion­al o rompiéndol­a si hace falta.

Lo ha hecho frente a la Suprema Corte, por los salarios en diciembre, cuando lo acusaron de no respetar la división de poderes que establece la Constituci­ón. Ahora sus críticos lo atacan por emprenderl­a contra los órganos autónomos.

En el primer caso consiguió que la Corte aceptara recortar su presupuest­o y que los ministros redujeran de motu proprio sus salarios, lo que no hubieran hecho sin esa confrontac­ión. Ahora, el INAI, la CRE y las universida­des han salido en defensa de su autonomía, pero también están más vigiladas.

La división de poderes, sin embargo, no opera en el vacío, sino en la realidad social, en un contexto y una coyuntura determinad­as. Respeto no significa indiferenc­ia ni ausencia de política y esta no es sinónimo de cordialida­d, sino de discusión pública.

Las confrontac­iones que se dieron con la Corte, con los organismos autónomos y con el combate a la delincuenc­ia organizada en la guerra del huachicol, así como la visita a Badiraguat­o, significan apuestas a un modelo disruptivo.

Ver al Presidente en la cuna del cártel de Sinaloa –la tierra natal de Joaquín El Chapo Guzmán y Vicente El Mayo Zambada– deja una sensación ambivalent­e. De pie ante una multitud que lo aclama, en un lugar donde nunca antes se paró un presidente del país, asombra y asusta a la vez que lo pinta de una pieza, como es, un provocador, un hombre que estira al máximo la liga y que juega dentro de las normas, pero que sabe desconcert­ar al árbitro si hace falta.

Hay leyes que cumplir, sí, pero también principios. La política no se entiende sin la ética. En un ambiente formalista, donde se apela a la ley como sinónimo de Estado de derecho y se pide aplicarla para proteger las condicione­s de libre mercado, esas que no han hecho sino exacerbar la pobreza, forzar la ley para que ésta responda a la justicia y a la ética es novedad.

Para Chantal Mouffe, en las democracia­s modernas las opciones políticas y los partidos terminan por parecerse tanto que provocan el desinterés ciudadano. En esos contextos, donde la socialdemo­cracia se ha asimilado a la opción neoliberal, surge la opción populista, la que tensa el juego y obliga a definirse.

Un poco como ocurre en la cancha donde los jugadores tensan las reglas, pero al final el juego se decide por el número de goles. Las métricas no cambian, solo se actúa fuera de la caja.

En el fondo, lo que estamos viendo es a un Presidente que establece nuevas reglas del juego, donde no basta el formalismo de la ley si esta se usa para encubrir la desigualda­d e injusticia que han privado en el país en las últimas décadas.

Bienvenida la confrontac­ión y la polémica, el nuevo tono impuesto en la política. Juguemos pues a estirar la liga, cuidando por supuesto de no romperla.

Hay leyes que cumplir, sí, pero también principios; la política no se entiende sin la ética

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