Muere el espíritu público y democracia
Actualmente, nuestro país se esfuerza por llegar a nuevas condiciones para pasar al fin a un nuevo capítulo de su historia, uno en el que exista paralelismo de las ideas y de los ideales con los hechos y la realidad que estos conllevan; para ello debemos pensar en lo que sucede con la educación, la cultura, las masas universitarias, el mundo de nuestras letras, nuestro gobierno, nuestra política, nuestra sociedad, nuestras instituciones, debemos pensar en lo que recientemente ha pasado en nuestra nación, lo que está pasando en este preciso momento y sobre todo, pensar en lo que queremos que suceda mañana.
A lo largo de la historia, nuestro país ha tenido una ambigua realidad respecto al verdadero significado de la democracia muy a pesar de la intención del texto constitucional de 1917, el cual tuvo como origen los ideales democráticos de los constituyentes de Filadelfia “especialmente en la idea de soberanía popular de Rousseau, en la teoría sobre la división y el equilibrio de los poderes de Montesquieu y en la teoría del gobierno representativo y la necesaria operación de frenos y contrapesos en las relaciones entre instituciones fundamentales del Estado de los Federalistas (Alexander Hamilton, James Madison y John Jay)”. El sueño de constituirnos como una república democrática y representativa se vio quebrantado por las relaciones de poder y ello ha repercutido en el desarrollo de nuestro país, el cual ha sido episódico y escaso y ha terminado por ocultar el propósito de nuestro texto Constitucional.
Es insoslayable que para que la democracia avance, debe existir un pueblo ilustrado e informado, y además evitar que la juventud y la niñez, quienes son piezas medulares en el futuro de nuestra nación se sientan atrapados en un panorama escéptico de la posibilidad de un cambio; causado por carencia de una figura que dirija con determinación a la sociedad y tenga capacidad para oponerse a la costumbre y falsas promesas; y ante la ausencia de ello opten “los jóvenes y niños” por el indiferentismo.
Resulta importante decir que para que nuestro país funcione bajo los principios de libertad, democracia, igualdad, soberanía popular, justicia, legalidad, seguridad y equilibrio entre los poderes que dirigen nuestra nación, es necesario que se construyan “o más bien reconstruyan” sus bases desde abajo; es decir a partir de los intereses de la sociedad y no de los que representan el Estado y así pueda hablarse de una verdadera dirección nacional. Para ello resulta indispensable que los individuos que conformamos la sociedad mexicana nos hagamos protagonistas de nuestra propia historia, dejando de esperar tranquilamente el curso natural de los acontecimientos que nos rodean y eliminar la expectativa de poder arribar a la participación ciudadana y empezar a vivirla como una realidad.
Hoy por hoy, provocado por las constantes desilusiones que ha sufrido el pueblo mexicano en manos de las distintas gubernaturas que se han erigido como dignos representantes de nuestra Nación, se cree que el espíritu público ha muerto y que la democracia es ya una utopía que no veremos florecer ni las generaciones de hoy ni las del mañana.