El delirio que viene
Hernán Gómez, colaborador de El Universal y varios espacios en radio y tv, simpatizante manifiesto de la 4T, tuvo que repetir varias veces la invitación: debatamos sobre Venezuela. La invitación era para John Ackerman, académico y colaborador de RT y La Jornada. El Doctorísimo se negaba. Que no tenía interés en debatir, pero que por qué Hernán no aceptaba el desafío de un tal Katu Arkonada, histéricamente dispuesto a explicarle lo virtuoso, lo democrático que es el régimen de Maduro: se dedicó a acosarlo a punta de arrobas, con un afán de protagonismo de plano impúdico. Ackerman, hasta ese punto, demostró cierto sentido común: cuando acabó por ir al debate, en el espacio de Radio Centro de Julio Hernández, hizo el ridículo. Si le hemos de creer a una nota publicada por el periodista Nelson Bocaranda, Arkonada, nacionalista vasco, marxista, se fue a Venezuela con un contingente de “invitados internacionales”, llevados por choferes al Meliá de Caracas. Pero volverá.
Cuando discutimos sobre Venezuela, discutimos sobre México. No comparto el entusiasmo de Hernán por la 4T, lo he dicho, pero sus alegatos parten de una racionalidad, una búsqueda de sentido, no del delirio: ese mismo delirio de calificar a Maduro como demócrata. Bien: el futuro no está, me temo, ahí. No es que las figuras moderadas vayan a desaparecer, pero la “normalización” del delirio extremista avanzará, y lo hará porque es un correlato, un reflejo de lo que sucede en el poder. El AMLO mesurado se difumina. Normal. Cuando los procesos revolucionarios topan con la realidad, o sea siempre, el buenaondismo del líder muere, y la realidad, aquí, hoy, viene aterrizando en la forma de un problemón económico: no va a haber lana para repartir. Así, la selfie aeroportuaria cede ante la grosería con las mujeres de las estancias infantiles, las mafias se adueñan del discurso mañanero —hay una “científica”— y la acusaciones de “traidores” se multiplican porque cómo explicas tus fracasos.
Es el delirio que viene.
La invitación era para John Ackerman, académico y colaborador de RT
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El presidente contó que mandó hacer una limpia a la silla presidencial: Zapata decía que estaba embrujada, recordó. Cierto: por eso se negó a sentarse en ella. Los simbolismos son traicioneros.