F. Berrueto
CNTE: disputa por poder y dinero
Es innegable la necesidad de corregir un rezago fundacional del Estado mexicano: que nadie se quede sin estudiar por falta de recursos. Sin embargo, ni uno de los planteles universitarios que esta semana arrancan sin plantel, servirá para ese objetivo —si en el posneoliberalismo se pueden enseñar idiomas sin saberlos, es congruente que las clases presenciales no necesiten edificio para impartirse—. En la fascinación por la cantidad, el programa Universidades para el Bienestar Benito Juárez solo ampliará la brecha de inequidad en el sistema educativo nacional.
La educación de un país es una prioridad política que defiende el bien común, hasta que se transforma en instrumento político. Entonces, lo anula. Lo que daría la impresión de equivalencias retóricas, son dos espacios con escalas diferentes que jamás podrán dar los mismos resultados. La instrumentación política de la educación la alejó de los objetivos de un Estado para ser un asunto meramente contable, estridente y vacío. El gobierno federal anuncia 100 universidades nuevas desde esta semana, ya vendrán los salones, sendos maestros. La cantidad como parámetro y objetivo que termina por ver la calidad de la educación a manera de adorno. Lo que importa es el número. Que sean 200; llenemos los estantes de libros, aunque no se lea ninguno.
La universidad como bien del Estado es el espacio desde el que se establece la visión que éste tiene de sus futuros y refleja la paradoja en la que se juegan sus equilibrios. Su propia naturaleza impide que esos futuros sean equivalentes, por eso el énfasis se hace en la calidad y no en la cantidad. La búsqueda de mejor calidad siempre será selectiva, cualquiera que haya revisado más de tres tareas escolares es consciente de esto. Los valores de la justicia como concepto se amplían, no solo es justo que todos tengan estudios de educación superior, es natural que a los mejores alumnos se les den mejores oportunidades. Es claro que un país como el nuestro, muchas de las posibilidades dependerán del origen y el entorno en que cada estudiante se haya desarrollado, pero el desbalance producto de la inequidad no se resuelve en la última etapa de la formación, sino en las primeras.
La calidad de cualquier institución educativa es una construcción en el tiempo. Sin la prisa que impide el cuidado de cada paso grande con muchos pequeños atrás. Para mantener y aumentar la calidad se escoge a los estudiantes que podrían tener mejores resultados. No hay universidad que no tenga una cantidad de accesos limitados. La dificultad de un examen obedece a esto: mayor facilidad premia a los menos buenos. A pesar de lo seductor y lo políticamente llamativo que signifiquen un centenar de universidades nuevas, abren la diferencia entre las instituciones de enseñanza superior. Si no se descuidan, las instituciones que cada año priorizan la selección seguirán apuntando más arriba. Las que se abocan a la cantidad se verán obligadas a cumplir la intención de darle un lugar a cuantos lo pidan, o escoger a unos pocos de esos cuantos para alcanzar a las primeras.
Qué pequeña resulta la cultura del número si termina satisfecha con más universidades. Vocación de numeralia.