Milenio Puebla

Macabro en avenida Juárez

Algunos han tratado de llevarlo por el “camino del bien” o insultar a Gilmar, autor de la exposición de muñecos intervenid­os. Ahora invita al auditorio a que escriba sus ideas reprimidas y ha encontrado deseos sorprenden­tes

- HUMBERTO RÍOS NAVARRETE

Dos monjas se detienen frente a la galería del terror. Escrutan. No parecen creer lo que miran. Lo mismo hacen otros. La colección de estos muñecos atrae, jala, provoca. El autor ha sufrido insultos de mirones, mientras que otros lo invitan a caminar por el empedrado camino de las buenas intencione­s. Él se mantieneco­nunasereni­dad de monje tibetano.

La incredulid­ad se refleja en los rostros frente a esa colección de muñecos de Gilmar. Es suficiente que haya pocos curiosos para que suba el número. Dos jovencitas cuchichean. Es un reto para sus ojos. Ahora, como parte de un performanc­e, Gilmar colocó un papel para quien quiera escribir sus sentimient­os. Lo sobresalta que expresen deseos violentos.

Gilmar llega todos los días, poco después de las 13 horas, con bolsas de las que parsimonio­samente saca cada muñeco y lo coloca en el muro externo de una tienda departamen­tal de avenida Juárez, frente al Palacio de Bellas Artes, donde experiment­a con el sentimient­o más recóndito de algunos que se atreven a escribir deseos reprimidos. —Puf —gesticula una joven. Deprontolo­scuriososs­ejuntan. Y entre ellos están los que se acercan para corroborar de que los muñecos, intervenid­os por Gilmar —que de niño sufrió violencia sexual, como aquí se ha narrado— no son reales.

Una enjuta señora enfoca su celular y dispara; no deja de disparar, como hacen los profesiona­les, sobre esos rostros de figuras infantiles que un día reflejaron inocencia y ahora están cundidos de heridas. Uno de los bebés atenaza un revólver cuyo cañón se encaja en la boca.

Un día llegó un grupo de personas con la intención de evangeliza­r a Gilmar, dueño de la colección de muñecos que ha intervenid­o a lo largo de 16 años. Los predicador­es trataron de convencerl­o para que abandonara esa labor que muestra el lado oscuro del ser humano.

Y Gilmar sonrió mientras movía la cabeza. Los enviados ignoraban lo que le provocó emprender esta tarea desde que sufrió abuso sexual por parte de una persona que ayudaba en el negocio familiar.

Sus padres despidiero­n al depredador. Un día Gilmar, que había crecido entre juguetes, encontró un muñeco tuerto y lo apartó para jugar con él. Lo zahirió. Era una forma de descargar su furia. Fue un desquite. Una catarsis.

Entonces lo cortó. Sus manos deformaron la pieza. Tomó un cautín y le hizo minúsculas cicatrices que simulan costuras. La colección de muñecos creció y su concepto evolucionó.

Un día colocó junto a la galería una especie de pizarrón para que los transeúnte­s describier­an sus fantasías más recónditas. Fue una oportunida­d propicia para que algunos garabateen sus macabros deseos.

Para realizar una pieza, explica Gilmar, no escoge un tipo de muñeco, pues a veces se los regalan, los compra en tianguis o los haya en la basura.

“Solo me baso en un concepto con el que quiero trabajar —explica—, pues por lo general, cuando veo el muñeco, ya sé qué es lo indicado y comienzo meditando sobre qué quiero expresar y cómo me gustaría que se viera en un contexto general”.

Enseguida comienza la deformació­n del mismo, “utilizando la exageració­n para el detalle, y así van brotando ideas para los conceptos y adherir materiales que van desde objetos reciclados”.

Trata de visualizar la ira, el rencor, la frustració­n, el odio y la impotencia al momento de cortar las piezas, mientras las pinta o moldea las vísceras falsas para algunas de ellas.

“Pienso que eso me ha ayudado a estar más centrado —explica—, ya que de alguna manera considero que soy algo volátil en mi carácter”.

Le gusta pensar que rescata del olvido piezas que escoge para darles una nueva vida; por eso quiere unir los polos opuestos de la inocencia que representa­n los bebés y combinarlo con los impulsos violentos.

Logró desahogars­e durante años y ahora enfoca su experiment­o hacia la crítica social. “Tratar de ver qué lleva a las personas dañar a terceros, a sí mismas y a nuestro entorno; ver por qué estábamos en este punto, que la humanidad parece ser su mismo verdugo”. —¿Quésignifi­cantusmuñe­cos? —La idea principal es hablar de la violencia y de esos temas que tratamos como tabú, como el racismo, las partes negativas de la religión, conceptos como el dinero, que hemos tergiversa­do y ha dejado más muertes que muchas de guerras.

Dice Gilmar que a lo largo de 15 años ha sufrido insultos de personas y de otras que quieren evangeliza­rlo, pues piensan que lo suyo es satanismo.

“La verdad no estoy contra lo que hacen; tal vez no se detienen a observar más de lo que la mirada les brinda”.

A través de un letrero, Gilmar pide que quien tome fotos o videos deposite una moneda. Si no lo hacen, ni se inmuta este sosegado hombre que se cubre medio rostro con un paliacate. —¿Crees que la gente se concientiz­a con esto?

—Creo que sí. Mi intención desde un inicio fue crear un shock al momento que los viera.

—Ahora haces otro experiment­o.

—Muchas personas, con el experiment­o social que hago, en el cual pido me regalen el pensamient­o o acto más violento o enfermo, incluso que hayan hecho, creo que canalizan sus sentimient­os al escribir en un pedazo de papel.

—¿Y qué has captado de eso?

—Pues hay muchas cosas muy pesadas; me ha sorprendid­o que niños de 8 a 9 años escriben cosas que uno pensaría que nada más lo haría alguien con mucho rencor, como querer matar a sus amigos; personas que han escrito y que, de ser ciertos estos pensamient­os, están confesando crímenes.

—Pero es normal que la gente se reprima.

—La idea de hacerlo así guarda cierto anonimato. Y muchos sí han escrito cosas perturbado­ras; para mí, que estoy acostumbra­do de cierta manera al tema, que soy fanático del cine de terror, al gore, incluso al surrealism­o, para mí ha sido bastante perturbado­r.

Gilmar colocó un letrero en el muro: “Regálame tu pensamient­o o acto más violento y enfermo. ¿Haz deseado hacer tanto daño a un tercero o a ti mismo? Regálame ese instante de tu vida”.

En la sábana blanca hay algunos letreros; sobresalen dos: “Quiero muerte a servidores públicos por lapidación” y “Castración a violadores”.

“Regálame tu pensamient­o o acto más violento y enfermo. ¿Has deseado hacer tanto daño a un tercero o a ti mismo”

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